Browsing Category

ESCRITOS

100KM, 24hs, ESCRITOS, Relatos, Running, Ultrarunning

EL CLUB 280

29 diciembre, 2023

El cielo parecía estar enfurecido una fría mañana en la ciudad de Nueva York, era el año 1984 exactamente el dos de Julio y un puñado de locos estaban por dar inicio a algo desconocido para la mayoría de la gente. Un evento más allá de todo lo humanamente posible, un evento de running de seis días. Entre esos locos, imagino que ya sabes de quien estamos hablamos, estaba él. El dios griego del ultrafondo, aunque por aquellos años todavía no había ascendido a los panteones de los dioses, aún era simplemente Yiannis Kouros. Yiannis había ganado el primer Spartathlon de la historia a finales del 83 y había participado en un evento por etapas en Austria pero realmente nadie sabía mucho sobre el joven atleta griego.

Este era su primer evento de ultrafondo de pista&carretera, un evento de seis días, como para debutar con algo tranquilo e ir poco a poco. Pues eso, el joven griego se puso al frente del pelotón y corrió como si el mismo dios Zeus estuviera animándolo. Kouros corrió y nunca se detuvo, pasaron las horas, los días y el griego seguía corriendo. Dicen los pocos que estuvieron presentes que verlo correr fue algo mágico e irrepetible, seguramente se habrán quedado cortos.

El ocho de Julio de 1984 y después de correr durante seis días el joven Kouros sumó mil tres kilómetros con quinientos cincuenta y seis metros. Lo vamos a colocar en números por si no ha quedado claro: 1003,556km. ¿Cuánto creen ustedes que debe ser el tiempo de recuperación después de correr mil kilómetros en seis días? Para Kouros fueron dos meses y veinte días porque le tocaba correr el Spartathlon el veintinueve de Septiembre. Lo corrió y lo ganó, claro está! Pero no solo eso, sino que lo hizo en 20:25:00hs, un récord histórico que fue batido casi treinta años después, en este año 2023.

Pasados un mes y diez días de su segunda victoria consecutiva dentro del Spartathlon Kouros se dijo a sí mismo «voy a volver a Nueva York pero esta vez tranquilo, a un evento de 24hs». El siete de noviembre estaba a punto de competir en sus primeras 24hs y de más está decir que las ganó, con récord del mundo incluido. Kouros fue la primera persona en la historia de la humanidad en poder correr más de doscientos ochenta kilómetros en 24hs. Su marca exacta fue de 284,853km.

Durante treinta años Yiannis Kouros fue el único ser humano capaz de correr más de 280km en eventos de ultrafondo de pista&carretera y nadie más podía siquiera acercarse a la estela del, ahora sí, dios griego del ultrafondo. Treinta años siendo el único, el mejor y el número uno inalcanzable.

Pero eso no era todo, Yiannis lograba esas marcas impresionantes después de haber participado en eventos de seis días o cuarenta y ocho horas con prácticamente dos meses de descanso entre un evento y el siguiente. Algo que al día de hoy nadie en su sano juicio se atrevería a hacer. Convengamos que aunque lo intentaran, no lo lograrían.

Ese era el origen de este relato, una recopilación del pequeño puñado de atletas que había logrado quebrar la barrera de los +280km, pero como suele suceder siempre que vemos el historial de Kouros no podemos evitar recopilar sus hazañas, una y otra vez. Es INEVITABLE, lo siento.

Un tipo que corre mil kilómetros en Nueva York, a los dos meses gana el Spartathlon en Grecia con un récord que duró tres décadas, al mes y medio vuelve a Nueva York y mete más de 280km en un evento de 24hs, pues como quieres que no lo mencione. Si es que es de locos, pero lo peor es que sus siguientes once mejores marcas en 24hs son locuras iguales o peores.

Intentaré resumir el currículum bestial de este hombre pero sepan que lo más probable es que deje fuera o no mencione autenticas locuras, de otra manera este relato se convertirá en una enciclopedia de Yiannis Kouros. Aclarado esto seguimos…

Después de convertirse en el primer ser humano en quebrar la barrera de los +280km, Yiannis Kouros volvió a romperla por segunda vez. La cita fue a mediados del mes de Marzo del año 1985 dentro de las 48hs de Montauban en Francia. El griego completó la mitad de carrera con 283,600km y ya que estaba, al otro día corrió un poco más para ganar el evento con 452,270km. ¿Fue récord del mundo de 48hs?, por supuesto. Pasado un mes y diez días Kouros viajó hasta Australia para correr 960km desde Melbourne a Sídney. Ni me molesto en decir el resultado…

A finales del mes de Septiembre de ese año85 el griego voló a Nueva York para participar, una vez más, de las 24hs. Su marca fue de 286,463km y previo a esto ganó una carrera de 100km en Bélgica con 6:26:06hs pero bueno a esta altura que Kouros meta un sub 6:30hs en cien kilómetros ya es una minucia sin importancia. Pero lo mencionamos de todas maneras así al pasar.


Yiannis Kouros en 1985 tenía veintinueve años.


Haremos un salto de cinco años, de otra manera esto va a ser imposible. Llegamos a la década de los ´90 y Yiannis Kouros lograba una vez más romper la barrera de los doscientos ochenta kilómetros en 24hs. Esta vez fue en Australia durante principios del mes de Agosto con un registro final de 280,860km, no conforme con eso al mes y medio viajo a Grecia y ganó su cuarto y último Spartathlon con 20:29:04hs, el segundo mejor tiempo de la historia por aquellos años. Saltamos otros cinco años y el griego mete 282,981km dentro de un evento de 24hs en la ciudad de Coburg en Australia durante los primeros días de Abril de 1995. Al mes decide viajar a Francia y correr unas 48hs, por qué no? Durante la primera mitad sumaba 285,362km y al finalizar las 48hs tenia un total de 470,781km. ¿Fue récord del mundo de 48hs?, por supuesto.


Llega el año 1996 y Yiannis Kouros decide repetir el combo del año anterior, 24hs en Australia y al mes 48hs en Francia, el resultado: 294,504km en las 24hs de Coburg en Australia y 285,304km en la primera mitad de las 48hs, con un resultado final de 473,495km. Fue récord del mundo de 48hs?, por supuesto. Pasado el ´96 con un Kouros que había estrenado los cuarenta años, llegamos a 1997 donde a principios de marzo el griego participa de un evento de 24hs en la ciudad australiana de Bruce en donde consigue un registro de 295,030km. El cinco de octubre de ese mismo año «el récord que dudara por siglos» había nacido dentro de la pista de atletismo de la ciudad de Adelaida en Australia. Aquel día el dios del ultrafondo marcaría 303,506km demostrando, una vez más, que lo humanamente imposible no era aplicable para su persona.


El tres de mayo de 1998 Kouros viaja a Suiza para participar en las 24hs de Basel, evento que gana con 290,221km y a esta altura esto ya parece algo como salir a comprar el pan para este hombre. «Pero» y utilizamos esta pequeña palabra sabiendo el peso que conlleva y la mencionamos una vez más…pero llegaría el año 2002 y en la ciudad de Taipéi el dios griego del ultrafondo conseguiría su último registro por encima de los +280km. Con cuarenta y seis años y estando él solito en el olimpo del ultrafondo durante prácticamente dos décadas, realizando hazañas incomprensibles para el cerebro humano, nuestro querido Kouros paraba el crono en 284,070km marcando un registro que sería su último gran destello dentro de esta fantástica disciplina que tanto amamos.


Doce años pasaron desde que vimos al gran Yiannis Kouros realizar su última marca por encima de los +280 en Taipéi y allí mismo un atleta nipón lograría romper esa barrera nuevamente. Su nombre era Yoshikazu Hara y dentro de este evento consiguió 285,366km logrando algo que pensábamos imposible para cualquiera que no fuera el griego.
Cabe mencionar que en el año 2006 un atleta ruso pudo con la barrera de los +280, su nombre era Denis Zhalybin y su registro en aquellas 24hs de Moscú fue de 282,282km.


Llegó el 2021, veintiún años después del último registro de Kouros por encima de los +280 en 2002 y siete años del registro del nipón Hara en 2014. Durante todo ese tiempo nadie en el mundo entero pudo superar esta barrera. Nadie, ni un solo ser humano.


Pero como les decíamos, llegó el 2021 y trajo bajo el brazo al mejor ultrafondista de la historia, después de Kouros. El lituano Aleksandr Sorokin se presentó en unas 24hs de Polonia y realizó una performance que sacudió los cimientos del ultrafondo de pista&carretera. Sus 309,399km fueron una daga al corazón de todos los amantes del dios griego y el lituano le arrebataba un récord que duraría siglos con una facilidad nunca antes vista en alguien que no se llamara Yiannis o se apellidara Kouros. Aleksanrd rompió un molde que creíamos irrompible y no solo eso, sino que detrás suyo pasaron otros dos atletas marcando el mejor evento de 24hs de la historia del mundo. Sorokin lograba casi 310km mientras que su perseguidor, el ucraniano Andrii Tkachuk sumaba 295,363km y el tercer clasificado, el polaco Andrzej Piotrowski llegaba a los 282,201km. Todos por encima de los +280, algo nunca antes visto en la historia de la humanidad.


Durante toda la historia del ultrafondo de pista&carretera solamente tuvimos un atleta que podía superar dicha barrera y ese era Kouros, en 2014 sumamos un segundo atleta el nipón Hara, más el ruso en 2006 pero de repente y dentro de un mismo evento en 2021 otros tres atletas lograron quebrar la barrera de los +280.
Sorokin heredaba el título del dios del ultrafondo y toda distancia que tocaba la convertía en oro. Pasado un año de récord del mundo de 24hs el lituano estaba, una vez más, en la línea de partida de un evento de 24hs. Esta vez era el campeonato europeo de 24hs y Sorokin corrió como nunca nadie lo había visto antes, dicen los presentes que verlo fue un espectáculo mágico y seguramente se hayan quedado cortos.
El lituano paró el crono en 319,614km reventando su propio récord por más de diez kilómetros. Un performance inhumana la cual sus perseguidores, una vez más, aprovecharon. El segundo clasificado fue el polaco Andrzej Piotrowski con 301,858km convirtiéndose en el segundo ser humano de la historia del mundo en superar trescientos kilómetros en 24hs. El tercer clasificado fue el italiano Marco Visintini con 288,437km y una vez más teníamos tres atletas superando los +280 en un mismo evento por segundo año consecutivo. Increíble!
Y como dice el dicho, no hay dos sin tres, aunque en este caso deberíamos decir cuatro. Dentro del campeonato del mundo de 24hs de este 2023 cuatro atletas lograron superar la barrera de los +280. De más está decir que el lituano Sorokin fue el primero con 301,790km, seguido del griego Fotios con 292,254km, detrás suyo encontramos al ucraniano Andrii Tkachuk con 284,540km y el español Francisco Martínez con 282,061km fue el cuarto atleta en quebrar la barrera.


Pasaron treinta años, desde 1984 hasta 2014, para poder ver a otro ser humano además de Yiannis Kouros superar esta barrera. Desde 1984 hasta el 2021, treinta y siete años, solamente tres atletas lo habían conseguido: el griego Kouros en once oportunidades, el nipón Hara y el ruso Zhalybin en una. Del 2021 a 2023 seis nuevos atletas superaron los +280.


¿Qué nos depara el futuro y cuántos nuevos miembros tendrá el club de los 280?


Solo el tiempo lo dirá.

.

.

Si te ha gustado este artículo y quieres apoyarnos para seguir creando contenido, pincha en el siguiente link y ayúdanos a mantener esta web funcionando.

https://www.patreon.com/espiritulibre

100KM, 24hs, ESCRITOS, Relatos, Running, Spartathlon, Ultrarunning

EL DIOS HA MUERTO

3 octubre, 2023

“Ya han sonado las campanas y lo han oído. Afuera, en la oscuridad, entre las estrellas. Ding, dong, el dios está muerto.”

– Lex Luthor sobre la muerte de Superman

.

.

Por: Pablo Casal

.

Había un vez un hombre que construyó su casa con sus propias manos, desde los cimientos hasta el techo. Mientras llenaba un cubo de cemento, un pensamiento comenzó a rondar su mente, correr cien kilómetros y realizar la mejor marca de su país en esa distancia. Trazó un recorrido que salía del estadio de su ciudad y recorría un circuito circular de veinte kilómetros, su plan era dar cinco vueltas y de esa manera completar la distancia.

Estaba tan seguro de sí mismo que busco en una guía el teléfono del consejo de deportes de su país, los llamó y les contó su plan. Del otro lado de la linea telefónica se escuchó silencio y alguna que otra risa de fondo.

“Sabía que no había otro griego que pudiera correr esa distancia y seguramente sería un récord nacional . Completé los cien kilómetros en 7.35hs, pero ningún juez del consejo de deportes vino a verme correr”

Era el año 1981 y el griego Yiannis Kouros había probado, por primera vez, algo que nunca antes había sentido en su vida. Pasaron dos años y el griego leyó en un periódico sobre un evento de ultrafondo, de doscientos cincuenta kilómetros, que iba a tener su primera edición a finales de Septiembre. El recorrido partía desde Atenas hasta llegar a la ciudad de Esparta, Yiannis pensó en apuntarse y estaba confiado en que podría completarla, además de eso creía que probablemente sería el primer griego en….

El treinta de Septiembre de 1983 Yiannis Kouros se presentó, junto a otros cuarenta y cuatro corredores, en la linea de partida del primer Spartathlon de la historia. Sonó el disparo de salida y llegado el kilómetro 42.5 el griego ya había superado a los dos primeros corredores y así continuo, en primer lugar y corriendo como si el mismo viento lo llevaba entre sus brazos. Kouros llegó a los pies de la estatua del rey Leónidas, en la ciudad de Esparta, en 21:53:42hs.

El griego no sólo venció a todos los demás corredores, sino que le sacó tres horas de diferencia al segundo clasificado. Los organizadores esperaban al ganador alrededor de las diez de la mañana pero el griego llegó a las cinco menos diez de la madrugada, justo cuando amanecía y con todo el mundo durmiendo. Incluso el alcalde y el obispo a quienes tuvieron que levantar de la cama para que fueran a entregarle el premio.

Tan descomunal fue la performance del griego Yiannis Kouros que los organizadores ingleses tardaron cuarenta y ocho horas en proclamarlo como ganador del primer Spartathlon de la historia. Estaban seguros de que el griego había hecho trampas y al preguntarles porque tardaban en dar el veredicto final sobre el ganador un oficial ingles dijo: “Es humanamente imposible recorrer doscientos cincuenta kilómetros en ese tiempo”.

Quien hubiese imaginado que ese pequeño conjunto de palabras desataría algo nunca jamás visto en la historia del mundo. “Humanamente imposible”…

Al año siguiente el griego volvió a colocarse en la linea de salida del segundo Spartathlon pero esta vez los organizadores ingleses habían montado un elaborado plan de vigilancia. Seguían pensando que el año anterior Kouros los había engañado y este año estaban dispuestos a desenmascararlo. Sonó el disparo de partida y Yiannis les demostró realmente lo que significaba una performance “humanamente imposible”. Por segunda vez consecutiva y bajo la miraba de todos, llegó a los pies de Leónidas en 20:25:00hs. El griego había mejorado en casi dos horas su tiempo del año anterior y tenía una ventaja de cuatro horas sobre el segundo clasificado. Este año en Esparta nadie estaba durmiendo y Kouros fue recibido como uno de los héroes griegos de antaño.

Así comenzó la leyenda de Yiannis Kouros, una leyenda en la cual el griego una y otra vez derribaba el muro de lo “humanamente imposible”. La cantidad de récords y distancias que ha logrado este atleta a lo largo de su carrera lo ha elevado, sin duda alguna, a lo más alto del panteón dentro del ultrafondo de pista&carretera. Sus performances estaban tan fuera del alcance de cualquier otro ser humano que prácticamente se convirtió en un dios.

“He llegado al punto de mirar mi cuerpo desde arriba, como una experiencia extra-corporal. Me pasó en New York y en otras carreras de 24hs. Esto pasa cuando tu cuerpo se da por vencido, cuando no estás más en control…….cuando estás “clínicamente muerto”, quiero decir, cuando tu cuerpo se ha rendido, te ves a ti mismo desde arriba y de alguna manera tú sigues guiando a tu cuerpo hacia adelante. Estoy hablando de momentos increíbles”

Su mente al igual que su cuerpo hacían del griego un ser inigualable. Llegó el año 1997 y un cinco de Octubre en Australia, Yiannis Kouros corrió 303.306km en 24hs dentro de una pista de atletismo. Cuando terminó manifestó con mucha seguridad: “¡Este récord permanecerá durante siglos!”

A finales de la década de los noventa, un atleta de primer nivel mundial de ultrafondo podría realizar entre doscientos cincuenta y doscientos setenta kilómetros en un evento de 24hs. Pero el griego Kouros rozaba los trecientos kilómetros, prácticamente, en cada evento del cual participaba. Como para tomar una pequeña dimensión del nivel “humanamente imposible” les contamos que meses previos a su récord de trecientos tres kilómetros, el griego participó de otro evento de 24hs y su marca fue de 295,030km. Esa marca fue realizada por Yiannis un tres de marzo y el trece de abril volvió a correr 24hs con una marca, discreta para él, de 266,180km. El cuatro de Mayo participó de otro evento de ultrafondo, pero esta vez de 48hs y su marca fue de 422,829km.

Yiannis Kouros tenia en su poder todas las mejores marcas mundiales de todas las distancias y eventos imaginables dentro del ultrafondo de pista&carretera. Simplemente era imbatible, un dios al que nadie podía siquiera llegar a ver desde lejos.

Existía un evento de mil kilómetros que partía desde la ciudad de Sídney hasta Melbourne en Australia. De más está decir que el griego había ganado la carrera con un margen descomunal comparado al resto de los participantes. Los periodistas australianos les dijeron a los organizadores que una performance así restaría el atractivo del evento y que nadie querría venir a participar en la próxima edición. Los organizadores contestaron que encerrarían a Kouros en un hotel y les darían doce horas de ventaja al resto de los inscritos. A las doce horas de comenzado el evento el griego salió por la puerta del hotel y se puso en marcha. A los trecientos kilómetros alcanzó al primer pelotón de la carrera y en los siguientes ciento cincuenta kilómetros pasó a los dos primeros. Volvió a ganar con un gran margen sobre el resto.

“Cuando corro, corro hasta sobrepasar el límite, yo corro heroicamente……..correría hasta encontrar mi propia muerte”

Yiannis Kouros.

.

.

Kouros era tan grande que ni siquiera entraba en los rankings de las performance realizadas por atletas de primer nivel dentro del ultrafondo de pista&carretera, pasaban los años, las décadas pero nadie podía acercarse al dios del ultrafondo. Sin embargo en la década del dos mil un atleta norteamericano parecía tener todas las cualidades para poder dar un golpe al dios del ultrafondo. El atleta en cuestión estaba en lo más alto del ultrarunning de montaña, había ganado la prestigiosa Western States 100millas durante siete años de forma consecutiva y había ganado dos veces de forma consecutiva la dura Badwater 135millas, con récord incluido. En su segunda victoria en Badwater durante el verano del 2006, el norteamericano Scott Jurek decidió que a los pocos meses se presentaría en la linea de partida del Spartathlon griego. Ganó la carrera consiguiendo bajar de las veintitrés horas por algunos minutos. Recordemos que Yiannis Kouros tenia en su poder las cuatro mejores marcas de la historia: 20:25:00hs. de 1984, 20:29:04hs. de 1990, 21:53:42hs. de 1983 y 21:57:00hs. de 1986.

Al año siguiente Scott volvió al Spartathlon y volvió a ganar, está vez con una marca de 23:12:14hs. Sin embargo el norteamericano estaba decidido a realizar un intento más y en 2008 logró su mejor performance, su tercera victoria consecutiva y su mejor tiempo: 22:20:01hs. Veintitrés minutos por encima de la peor marca de Kouros en el Spartathlon. Para quienes no estén familiarizados con Scott Jurek, contarles que fue la gran estrella del ultrafondo mundial por aquellos años. El norteamericano fue protagonista del libro “nacidos para correr”, un pilar fundamental entre la comunidad de corredores y así como también el responsable del resurgir a nivel mundial del ultratrailrunning y del ultrafondo de pista&carretera.

Para los amantes de esta disciplina ver que esta mega estrella en su mejor nivel no podía ni acercarse a las marcas de Kouros fue un claro ejemplo más de que el griego era un dios que había caminado entre los humanos y nunca nadie podría acercársele. Los años pasaron, siguieron naciendo grandes estrellas y atletas dentro del ultrafondo de pista&carretera pero el dios del ultrafondo seguía mirándolos a todos desde lo más alto.

Llegó el año 2016 y dentro de un campeonato europeo de 24hs vimos algo que nos llamó la atención, las primeras casi doce horas de aquel campeonato fueron dominadas de forma implacable por un atleta lituano del cual nadie sabia nada. Aleksandr Sorokin era su nombre y en aquel campeonato después de una primera mitad magistral el lituano se quedó sin fuerzas terminando en la sexta posición. Muchos tacharon a Sorokin de loco, de no saber gestionar la carrera y muchas otras cosas, sin embargo para algunos pocos la performance del lituano nos despertó un pequeño signo de interrogación en nuestras mentes. La sorpresa fue más grande cuando nos enteramos de que Sorokin estaba en la lista de inscritos del Spartathlon 2017. Aleksandr corrió y corrió como si estuviese poseído por el propio espíritu de Kouros. El lituano ganó la carrera, estuvo a siete minutos de quebrar la cuarta mejor marca del griego y todos los ojos del ultrafondo de pista&carretera se posaron sobre él. Seria este el próximo candidato a intentar lo imposible, nos preguntamos todos.

Sin embargo al año siguiente, en mayo del 2018 y dentro de otro campeonato europeo de 24hs, el lituano Sorokin volvía a realizar una gran primera mitad y otra segunda parte para el olvido, teniendo en cuenta que era el candidato principal a la victoria. Sorokin tuvo que conformarse con un tercer puesto y a cinco kilómetros del ganador. Las performances de este atleta nos hacían dudar si realmente era tan bueno como parecía o simplemente el Spartathlon había sido su gran día de suerte. Exactamente un año después del campeonato de Europa de 24hs el lituano realizaba una marca de 272.708km dentro de unas 24hs en Suiza y todas las miradas volvieron una vez más.

Debemos comprender que hubo una época en la que Yiannis Kouros quebraba la barrera de los doscientos ochenta kilómetros fácilmente y lo ha logrado en ocho oportunidades a lo largo de su extensa carrera. Quitando al dios del ultrafondo, solamente dos humanos lograron superar esa barrera: Zhalybin, Denis con 282.282km en el año 2006 y Hara, Yoshikazu con 285.366km.

Esa época dorada quedó en el olimpo de los héroes de antaño y con el paso de los años tuvimos que conformarnos con performance más cercanas a los terrícolas que superaban, por poco, los doscientos setenta kilómetros. Con lo cual y ante esta nueva realidad que vivíamos desde hacia más de una década, ver una performance de doscientos setenta y tres kilómetros por parte del lituano Sorokin encendió las alertas. Más aun teniendo en cuenta que estábamos a cinco meses de un nuevo campeonato del mundo de 24hs.

Ese campeonato del mundo de 24hs que se disputó un veintisiete de octubre de 2019 quedará marcado como el primer gran salto de Sorokin hacia la grandeza. Su marca fue de 278.972km para llevarse el oro y convertirse en campeón del mundo de 24hs.

En los años que siguieron el lituano comenzó a cosechar récords mundiales en casi todas distancias de ultrafondo de pista&carretera que puedan imaginarse, pero todavía estaban los trecientos tres kilómetros en 24hs. del dios griego. El récord que “permanecerá durante siglos” llevaba justamente veinticuatro años vigente cuando el temblor que lo derrumbó sacudió al mundo del ultrafondo. El veintinueve de Agosto del 2021 quedará en los libros como el sismo que destruyó lo que todos pensábamos era intocable e inalcanzable.

Aleksandr Sorokin lograba correr 309.399km en un evento de 24hs quebrando un récord inquebrantable y con ello la figura del dios del ultrafondo comenzaba a mostrar una pequeña fisura que con el tiempo terminaría por derrumbarlo. Durante el mismo evento en donde el lituano logró el récord, otro atleta europeo conseguía una marca que previamente sólo estaba en manos del griego Kouros. Andrii Tkachuk de Ucrania fue el segundo clasificado con una marca de 295.363km y con ese segundo registro la pequeña fisura, en aquella inalcanzable estatua del dios del ultrafondo, se agrandó un poco más.

Pero esto no seria todo para la antiguamente “inmaculada” figura del dios del ultrafondo ya que dentro de la edición 2021 del Spartathlon, un desconocido atleta local se hacia con la victoria llegando a los pies de Leónidas a treinta y siete segundos de mejorar la cuarta marca de Yiannis Kouros en ese evento. El desconocido no era otro que Fotios Zisimopoulos, atleta de montaña que había hecho su debut en el Spartathlon y había sentido algo mágico en su primera victoria. Fotios quería la gloria de los griegos de antaño y sabia como conseguirla.

Comenzó el año 2022 y Sorokin flamante poseedor del récord del mundo de 24hs se colocaba, nuevamente, en la linea de partida de un campeonato europeo de 24hs. Único gran campeonato que le quedaba por ganar y que ganó, pero no fue solamente el hecho de que se llevara la medalla de oro, sino que lo hizo realizando una performance “humanamente imposible”. Aquel día los presentes en la pista de atletismo de Verona cayeron en la cuenta de que el lituano Sorokin había ascendido a un plano en el que durante toda la vida sólo habíamos visto a Yiannis Kouros. El lituano consiguió una marca de 319.614km, algo que no solamente era impensado para cualquier humano, sino que literalmente era una marca imposible de comprender. El segundo clasificado Andrzej Piotrowski de Polonia, también quebraría la barrera de los trecientos por poco más de dos kilómetros y el tercero de la clasificación lograría casi doscientos noventa kilómetros.

Aquel campeonato de Europa de 24hs demostraría, una vez más, que el intocable dios griego del ultrafondo Yiannis Kouros presentaba ahora un aspecto resquebrajado y su pureza de antaño parecía desvanecerse entre las estrellas. El olimpo ya no era una residencia individual; habían llegado nuevos habitantes.

Sin embargo nosotros los nostálgicos, al ver a nuestro querido dios perder su inmaculado esplendor intocable, pensábamos que aún estaban esas cuatro marcas del Spartathlon. Esas cuatro sí que serían invencibles y que ingenuos fuimos. Tan solo trece días después de aquel campeonato de Europa de 24hs, el mítico Spartathlon celebraba su cuarenta aniversario y una vez más el griego Fotios Zisimopoulos estaba en la linea de partida con los ojos del mundo mirándolo.

Podría ser este el año en que una de las marcas del dios del ultrafondo fuese quebrada, se preguntaban todos. En poco más de veintiún horas Yiannis Kouros pasó de tener las cuatro mejores marcas históricas a tener solamente las dos mejores. El griego Fotios se quedaba con la tercera mejor marca realizando un carrera excelente y el japones Toru Somiya, segundo de la clasificación general, se apoderaba del cuarto mejor registro en la historia del Spartathlon.

El olimpo del dios del ultrafondo Kouros junto con su inmaculada estatua habían perdido, definitivamente, su magnificencia inalcanzable. Pero una vez más los amantes de antaño nos aferrábamos a lo único que nos quedaba para intentar seguir creyendo que Yiannis Kouros seguía siendo un dios. Los veinte veinticinco de su victoria en 1984 seguían en lo más alto de los registros históricos del Spartathlon y si Fotios pretendía ese lugar, debería quitarle treinta y cinco minutos más a su performance del 2022 para lograr quebrar ese récord.

El Spartathlon 2023 llegó con Fotios a la cabeza de la salida pero sin atletas nipones capaces de hacerle frente, el griego debía enfrentar los 246km solo. Todos nos preguntamos si podría realizar un excelente registro corriendo, prácticamente, contra el mismo.

El fuego rojo de las bengalas iluminando el rostro del rey Leónidas junto con el humo negro en los alrededores hicieron de la victoria de Fotios un espectáculo digno de los viejos héroes griegos. El fuego rojo de Fotios junto con sus diecinueve horas y cincuentaicinco minutos, como nuevo récord histórico del Spartathlon, terminó por derribar la estatua del dios del ultrafondo que ya presentaba fisuras irreparables.

.

.

 “Ya han sonado las campanas y lo han oído. Afuera, en la oscuridad, entre las estrellas. Ding, dong, el dios está muerto.”

.

.

Si te ha gustado este artículo y quieres apoyarnos para seguir creando contenido, pincha en el siguiente link y ayúdanos a mantener esta web funcionando.

https://www.patreon.com/espiritulibre

ESCRITOS

AQUEL VERANO EN FORMOSA

1 mayo, 2021

Por: Pablo Casal

.

Han pasado más de veinte años de aquel fantástico viaje a la selva formoseña y muchos recuerdos aún siguen presentes en mi memoria.

La idea del viaje nació gracias al “Trompo”, el lavacopas del bar en donde yo trabajaba. Él era oriundo de Formosa y en el verano viajaría hasta allí para ver a su familia. Le pregunté si podía acompañarlo y con una gran sonrisa me dijo que sí. Una vez llegados a la ciudad de Formosa, tomamos un pequeño autobús que, después de algunas horas, nos dejó en medio de una carretera de tierra. Allí mismo comenzamos a caminar cruzando grandes campos arados y saltando, cada tanto, algún que otro alambrado de púas ante la atenta mirada de decenas de vacas.

Llegamos a la casa del Trompo al atardecer y allí encontré, sentados junto a un gran árbol, a su padre, su hermano y algunos de sus primos. La casa estaba hecha con troncos de palmera y no tenía frente, simplemente una hilera de pequeños troncos, que formaban una especie de “parecita”. El suelo de la casa era de tierra y en medio de lo que, supuestamente, era el salón había un hueco en donde constantemente ardía un fuego que utilizaban para cocinar. Todo allí dentro olía a humo y estaba teñido de hollín, de más está decir que en la casa no había luz, ni gas, ni agua corriente.

Llegar allí fue como retroceder en el tiempo cincuenta años o tal vez cien.

No habían pasado ni quince minutos desde que habíamos llegado a aquella pequeña casita, cuando uno de los primos del Trompo dijo en voz alta: “Vamos a mariscar”. No tenía idea de lo que eso significaba, pero en cuanto un rifle apareció en escena, entendí que se estaban preparando para salir a cazar. El sol ya se estaba ocultando detrás de las palmeras y yo me preguntaba como iban a “cazar” en medio de la noche.

Salimos de la casa y a los pocos metros comenzamos a caminar en fila por un pequeño sendero que se adentraba en la selva, uno detrás del otro y sin salirse del angosto camino. “Nunca te salgas del caminito de tierra, porque hay yararás por acá” me dijo el Trompo mirándome de reojo por encima del hombro. En ese mismo momento bajé la vista pensando si mis botitas Reebok negras serian el calzado adecuado para la ocasión, pero a los pocos segundos recordé que los tres primos del Trompo iban descalzos y eso me dejó un poco más tranquilo.

Llevábamos un buen tiempo caminando cuando comencé a escuchar algunos ruidos a mi izquierda. Nadie más parecía escucharlos o siquiera darle mucha importancia, con lo cual opté por no decir nada. Seguíamos nuestra marcha por aquel sendero de tierra y yo continuaba escuchando ruidos siempre a mi izquierda. Sonidos como si alguien o algo pisara ramas en la oscuridad de la selva, siempre siguiendo nuestra misma dirección. Giré la cabeza hacia atrás y le dije al hermano del Trompo: “¿Escuchas esos ruidos, qué es eso?”, señalando con el dedo hacia la oscuridad de la selva que se encontraba a mi izquierda. “No es nada, seguí caminando” me dijo sin más explicaciones.

 En un determinado momento uno de los primos dijo algo que no pude entender pero hizo que toda la fila se parara en seco. “No te muevas” dijo el Trompo y se adelantó unos metros. Vi como hablaba con sus primos mientras uno de ellos sacaba un encendedor del bolsillo de su camisa. El Trompo volvió y me dijo: “Vieron una yarará, así que van a prender fuego, espera acá y quédate quieto”. Uno de los primos encendió una rama seca llena de hojas y la acercó a una palmera que pocos segundos después comenzó a arder. Los otros dos primos volvieron a repetir esa misma acción y en pocos minutos ya podía sentir el calor del fuego en mi cara. La selva estaba ardiendo.

Seguimos camino, dejando esa escena infernal a nuestras espaldas, como si aquello hubiese sido la cosa más normal del mundo. Llevábamos horas andando y el sendero se convirtió en una gran explanada sin nada de vegetación. Allí mismo y sin previo aviso comenzaron a sentarse en el pasto en lo que, supuse, sería un descanso obligado en nuestra aventura. Me di cuenta, allí sentado en ese gran claro en medio de la selva formoseña, la impresionante cantidad de luz que daba la luna. Iluminaba todo a nuestro alrededor, aquella luz de luna siempre la recordaré.

Mientras descansábamos fuimos visitados por algunos caballos, que tal vez sorprendidos por nuestra presencia se acercaron para vernos. Seguimos camino, después de unos cuantos minutos de descanso, pero esta vez por grandes extensiones de tierra abierta. De repente todos dejaron de avanzar, como había sucedido horas antes en nuestro encuentro con una yarará, pero esta vez el motivo era distinto.

Uno de los primos cargo el rifle y otro sacó una linterna de una vieja mochila que llevaba en la espalda. Nadie decía una palabra, con lo cual supuse que la situación era seria. Opté por no preguntar ni decir nada y simplemente puse todos mis sentidos en intentar ver que iba a suceder a continuación. Uno de los primos, el más alto (lamentablemente no recuerdo ningún nombre) se puso detrás y colocó el rifle en el hombro derecho del primo que estaba delante. El primo que estaba delante, con el rifle apoyado en su hombro era quien llevaba la linterna y de algún modo, según lo que entendía de la situación, era quien debía “conducir” al primo que estaba detrás preparado para disparar.

Comenzaron a alejarse de nosotros, uno detrás del otro, en plena noche y con la linterna apagada. Noté que cada tanto dejaban de caminar y se quedaban totalmente quietos, como si estuviesen congelados. Acto seguido se movían lateralmente a la izquierda, como si fuesen las manecillas de un reloj y seguían avanzando en línea recta. Parecía como si estuviesen en una especie de danza o baile, aunque todavía no sabía con quién estaban bailando.

“Se mueven para que no les dé el viento en la espalda” me dijo el Trompo al oído, rompiendo el tenso silencio que toda aquella situación había creado. “Ya están por llegar, mira” dijo a continuación señalando con el dedo hacia donde estaban los primos, que ya se veían pequeños en la distancia. La tensión podía palparse en el aire fácilmente.

Según me parecía, estaban acercándose a un matorral en medio de aquella gran explanada de tierra, pero aun no entendía el por qué. De repente el primo que iba delante encendió la linterna apuntando al matorral y de allí, casi instantáneamente, se asomó un largo cuello con una pequeña cabeza. Vi como un flash de luz iluminaba las siluetas de los dos primos y acto seguido el ruido del disparo hizo eco en nuestros oídos, despertando también a aquella selva que dormía a la luz de la luna.

No hizo falta un segundo disparo, cuando comenzamos a acercarnos el ñandú ya estaba muerto. Allí mismo, a la luz de la luna, sacaron los machetes, un par de cuchillos y comenzaron a descuartizarlo. Al poco tiempo el trabajo estaba casi hecho, toda la escena era surrealista ante mis ojos y sin embargo tan normal y cotidiana ante los suyos. Estaba claro que nada debía desperdiciarse, todo tenía un valor y un significado, había que llevarse todo. Quedaban algunos minutos para terminar la faena cuando un gran relámpago iluminó el cielo completamente, seguido del rugido de un trueno. Casi al mismo tiempo todos dejaron caer los cuchillos y machetes al suelo, se miraron con cara de preocupación y dieron por terminado el trabajo. Lo que quedaba del ñandú sería para los habitantes de la selva.

La lluvia comenzó a caer cuando ya estábamos en el sendero que nos había llevado hasta la explanada de los caballos. Ya dentro de la selva, uno de los primos que iba delante, dejó de caminar, giró hacia la izquierda y abandonó el sendero. Todos lo siguieron mientras yo veía la escena desde atrás. “No te salgas del sendero” repetía en mi mente, una y otra vez.

“Vení, acércate, pero no mucho” me dijo el Trompo moviendo la mano para que vaya hacia donde estaban. Caminé hasta el borde mismo del sendero, justo en dirección hacia donde se habían ido y vi que uno de los primos apoyaba su cabeza contra un árbol. Cerró los ojos y al volverlos a abrir noté que una gran sonrisa se había dibujado en su curtido rostro. Con esa gran sonrisa miró hacia donde yo estaba y gritó: “¡Miel!”. Acto seguido golpeó el árbol con el codo, una, dos y tres veces, hasta hacer un agujero en su corteza. Resulta que el árbol estaba hueco y de su interior salieron cientos de abejas zumbando en medio de la noche. Mientras tanto, sin preocupación alguna por las abejas, el primo metía el brazo entero dentro del árbol hueco y sacaba un gran trozo de panal chorreando miel.

Todo eran risas y bromas, sin dudas, esa miel era un tesoro, un oro líquido. Después de recolectar el dulce banquete seguimos nuestro camino de regreso a casa, habíamos caminado durante horas, pero la recompensa obtenida hizo que todo aquel esfuerzo haya valido la pena.

Todavía era de noche y al llegar de vuelta a la casa, vi que a un costado de la pared lateral había una pequeña y ancha columna de ladrillos con una especie de hueco en la parte superior. Parecía ser un altar como esos que se ven al costado de las carreteras. Al acercarme un poco más me di cuenta de que dentro había un plato de comida y un vaso con algún tipo de líquido.

Nos sentamos todos dentro de la casa junto al fuego, en unas viejas y remendadas sillas, mientras uno de los primos preparaba algo para comer. El Trompo se sentó a mi lado y le pregunté: “¿Che, ese altar para qué es?”

“Es para el Pombero” dijo el padre del Trompo con un tono amistoso y la mirada puesta en el fuego. Esta era la primera vez que escuchaba su voz.

“Una noche fría me levanté a echar leña al fuego y lo vi ahí, en aquel rincón. Se ve que esa noche tenía mucho frio, porque nunca entra en casa. Estaba de espaldas, todo encorvado y con la luz del fuego podía verle todos los pelos negros, parecían como espinas”. Mientras hablaba, él y todos los demás tenían sus miradas clavadas en el fuego. “Estuve a punto de agarrarle el bastón, pero no me aminé, pegué media vuelta y me volví a la cama” dijo con un aire de resignación.

“Te acordás los ruidos que escuchaste en la selva, era él. Nos estaba siguiendo para ver qué hacíamos” me dijo el Trompo mientras mordía un pedazo de empanada. “Igual no pasa nada, con nosotros es bueno, siempre le dejamos un poco de comida y algo de tomar”, concluyó con un tono de voz tranquilo y sereno.

Así fueron mis primeras horas en la selva formoseña.

Pasé allí quince días, inmerso en un mundo fantástico, lleno de fabulas e historias, viviendo en un rincón de la Argentina en donde el tiempo se había detenido. Siempre estaré agradecido al Trompo y a su familia; al principio de esta aventura creía que ellos no tenían nada pero al final me di cuenta de que ellos lo tenían todo.

ESCRITOS

POR QUÉ NECESITAMOS AVENTURAS.

25 abril, 2020

Por: Pablo Casal

.

Para entender el porqué de la necesidad de tener y vivir aventuras, lo primero que debemos hacer es retroceder en el tiempo. Embarcarse en un viaje, un viaje mental que nos hará retroceder durante años y décadas. Cada uno de nosotros debe ir en busca de aquella primera aventura, cerrar los ojos e intentar descubrir cuál fue, buscar esas primeras sensaciones será vital para entender de qué estaremos hablamos a continuación.

En mi caso, tuve que retroceder en el tiempo casi tres décadas y volver hasta mi infancia. Estoy seguro que de pequeño viví muchas aventuras, pero lamentablemente no las recuerdo. Lo que si recuerdo, claramente, es mi primer sentimiento y las sensaciones de estar viviendo una. La emoción y la incertidumbre sobre que pasará más adelante. El no saber con seguridad que sucedería si tomaba el camino de la derecha y pasaba a la página 33 o si tomaba el camino de la izquierda y pasada a la página 20. ¿Saben de lo que estoy hablando?

Los libros de Elige tu propia aventura, fueron en mi infancia mis primeras aventuras, exactamente como en la portada de todos sus libros. Me parecían fascinantes y recuerdo que cuando elegía una opción que me conducía a la muerte, volvía hacia atrás y comenzaba un nuevo camino. Apuntaba todas las opciones posibles en una hoja, hasta conseguir leer todas las páginas y posibles finales del libro.

Aquellos fueron, genuinamente, mis primeros recuerdos y verdaderos sentimientos de aventuras. Esa emoción por saber qué va a sucedernos si tomamos uno u otro camino, el volver atrás y comenzar otra vez; revivir la historia pero tomando un camino distinto.

Ese sentimiento aventurero volvió a mi memoria, a mis recuerdos, algunos años después, pero esta vez no estaba leyendo un libro; estaba viendo una película.

Sin poder despegarme del televisor ni un milímetro, veía hipnotizado como un arqueólogo, con sombrero, chaqueta de cuero y látigo, se habría paso dentro de una tumba, esquivando trampas en busca de un tesoro perdido. Por supuesto que estoy hablando de “Indiana Jones” y para mí, ver esas pelis, eran verdaderas aventuras con todas las letras. La búsqueda del tesoro, los peligros y las trampas, analizar los mapas, jeroglíficos, pistas dejadas hace miles de años por esas civilizaciones antiguas y olvidadas. Todo me parecía fascinante y atrapante, de más está decir, que por aquellos años tenía claro lo que quería ser de mayor; arqueólogo como Indiana.

Esas son las primeras aventuras de las que estoy hablando y las vivía sin moverme de mi casa. Viendo la tele, dejando que mi imaginación volara y se metiera dentro de esas películas que tanto me gustaban. Siempre quise tenerlas y vivirlas como en las películas, como los chicos de Stand by me o los Goonies. Un grupo de amigos, un mapa del tesoro y un viaje a lo desconocido. Por suerte puedo decir que sí lo hice, tuve mis aventuras viajando al sur de Argentina con mis amigos, mochilas en la espalda, mapa en mano y a recorrer las montañas; recuerdos que por más que pasen los años nunca se olvidarán. Pero no siempre es necesario escalar montañas o sortear los peligros de la selva para vivirlas, como les contaba anteriormente.

Una de mis grandes aventuras fue hace muchos años y ni siquiera tuve que moverme de mi casa.

Allá por los primeros años de la década del noventa, mi hermano mayor estaba viviendo en el pequeño pueblo de San Martín de los Andes, en el sur de la Argentina. Cada tanto enviaba, por correo, una caja con ropa y cosas que ya no utilizaba para que mis padres se la guardaran hasta su regreso. Fue en una de esas cajas en donde encontré un libro, un libro viejo con la tapa muy gastada, casi ilegible y en un estado bastante derruido, pero en la primera página podía leerse claramente lo siguiente:

 El libro que encontré aquel verano de 1991 era El señor de los anillos, la comunidad del anillo. Ese libro destruido, en el fondo de aquella caja, representó para mí en aquel momento una total incógnita. A las pocas páginas me di cuenta de que iba a ser una gran aventura leerlo y no tardé demasiado en meterme de lleno en la historia, en ser uno más de esa Comunidad, vivir cada paso y emprender ese fantástico viaje hacia el monte del destino. La historia me atrapó tanto que faltando cinco páginas para terminarlo, me tomé un autobús hasta una librería y me senté en el portal hasta terminar de leer el libro. Después entré y compré los otros dos tomos de esta fantástica historia. No muchos libros tienen el poder de hacerte vivir una verdadera aventura al leerlos, pero sin dudas El señor de los anillos, fue algo realmente extraordinario y fantástico que marcó una parte de mi vida. 

El tiempo siguió su curso y descubrí con el running una nueva forma de vivir aventuras. Correr me dio la excusa perfecta para conocer lugares nuevos, gente nueva y vivir experiencias que nunca antes había vivido. Y si esos no son los condimentos ideales, no sé cuáles lo serán. Debo, también, gran parte de lo que soy, al simple hecho de mover un pie delante del otro. Tengo el placer y la alegría de decir que en muchas de esas aventuras conocí gente que al día de hoy son grandes amigos y aunque con algunos de ellos nos separa un océano, igualmente los sigo acompañando en cada una de sus salidas.

A veces pienso en grandes corredores como Scott Jurek o Kilian Jornet, al leer sus libros o ver sus fotos y creo que ellos nos están mostrando el camino. Sin dudas nos están mandando un mensaje, estos grandes atletas son los nuevos exploradores del mundo. Igualmente sé que no hace falta ser Kilian y subir al Kilimanjaro o ser Jurek y correr la Western States para vivir aventuras.

Siempre debemos plantearnos la posibilidad de vivir una, aunque sea pequeñita. A veces el simple hecho de salir a entrenar se puede convertir en una. Algunos días antes de salir de casa a entrenar, podemos mirar google maps, buscar un parque o una zona que no conozcamos o por la cual nunca hayamos pasado, marcar la ruta en el móvil, mirar los kilómetros y a la aventura!

Seguramente que en algunas ocasiones tendremos que parar para sacar el móvil, mirar el mapa y volver a arrancar, pero creo que eso es lo lindo y lo divertido de recorrer lugares desconocidos. Puede ser un simple entrenamiento o puede ser algo más, lo que tú quieras que sea.

Pero también debo decir que tardé más de cinco años en encontrar esa forma de vivir aventuras. Comencé a correr hace más de una década pero no fue hasta que me vine a vivir a España que comprendí realmente lo que significa correr para mí.

Para explicarles esto debemos, una vez más, viajar al pasado y contarles sobre mis orígenes. Contarles que no tuve la suerte de nacer en un pueblo en la Sierra, en la montaña o en el sur de la Argentina. Nací y crecí en la ciudad de Quilmes. Una ciudad que alterna, como casi todas las grandes ciudades de Buenos Aires, barrios en donde no había problemas y otros por donde era mejor no pasar. Correr en una ciudad con estas características implicaba tener ciertas precauciones antes de salir a entrenar. Sabía por qué barrios y calles podía correr y cuales debía evitar. También sabía que no tenía que sacar el móvil en la calle y siempre debía estar atento a mis alrededores. Estos y demás “condimentos” hacían que el simple hecho de correr fuese un poco más complejo, sin dudas que era una aventura, pero no de las buenas.

Desde el primer momento supe que me gustaba correr, pero sinceramente no sabía el por qué.  En mis primeros años pensaba que la velocidad era lo que más me gustaba, correr rápido es una sensación extraordinaria y adictiva. Pero pasado el tiempo esa emoción fue desapareciendo y me volqué en los kilómetros. Corrí maratones y carreras de ultrafondo de pista&carretera en donde hice muchos amigos que conservo hasta el día de hoy. Me parecía fascinante el poder correr durante horas y horas, aunque lo que más recuerdo de aquellos años no eran las carreras ni los resultados. Lo que más recuerdo de esos años corriendo en Argentina eran los viajes con mis amigos, la cena previa al día de carrera y lo divertido que eran esas aventuras. Pero debo confesar que cuando volvía a mi ciudad, todos aquellos malos “condimentos” que condicionaban mi día a día entrenando, lamentablemente, volvían a aparecer.

Los años pasaron, llegué a España y pude quitarme todos esos fantasmas de mi mente para, solamente, dedicarme a correr y disfrutar de los alrededores sin pensar en que podría pasarme algo malo. Aquí comencé a comprender porque me gustaba en realidad correr y lo que significaba para mí en esencia. 

Correr es el medio por el cual, cada vez que salgo de mi casa, puedo vivir una aventura.

Por una vida llena de aventuras, por sentir esa emoción, esa incógnita al tomar un nuevo camino o descubrir un nuevo sendero. Por vivir una vida distinta en cada una de ellas, ya sea leyendo libros, viendo películas, corriendo o simplemente caminando por calles desconocidas.

ESCRITOS

El Eco.

3 diciembre, 2019

Por: Pablo Casal

.

Corremos para ser libres y dentro de esa libertad estamos encerrados, vemos la vida en donde la respiración se une al pisar de nuestros pies formando un ritmo hipnótico y a la vez adictivo. Ese mismo ritmo con el que nos vamos a dormir, soñamos y nos despertamos.

Como un eco lejano retumbando en el sin fin de nuestra memoria, un golpe suave y tierno que para nosotros siempre está presente, siempre escuchamos su eco. Lo vemos galopar a lo lejos, libre en la llanura de nuestros pensamientos; un eco indomable.

Como aquella vieja canción que siempre recordamos, esas primeras notas de la guitarra, el momento exacto en que el bajo comienza a sonar, el sonido rítmico de la batería, todo se une y forma una ola que nos transporta; esa vieja canción nos trae recuerdos que nos hacen viajar lejos, muy lejos, hasta el borde mismo de la imaginación. Eso es lo que sentimos cuando corremos, las pisadas en la tierra, como se mueven las piernas al compás de la respiración, el movimiento de nuestros brazos, todo es uno, todo es canción.

Pensamos en todo y a la vez en nada, esa nada que muchos buscan sin parar, la mágica nada que todo lo consume, que nada le importa. La nada misma guía nuestros pasos, uno detrás del otro, sin cesar, sin aumentar o bajar el ritmo, un ritmo claustrofóbico que sólo nosotros entendemos. Un ritmo que aprendimos a amar por encima de todo, por encima de las arenas y los caminos, ese ritmo nos pertenece y lo necesitamos, él lo sabe y nosotros también.

Muchas veces nos gustaría detenernos, quisiéramos parar de correr, en este mismo momento lo pensamos, dejarlo del todo y olvidarlo en algún cajón. Pero cada vez que lo pensamos, aquel viejo y conocido eco vuelve a hacerse presente, comienza imperceptible, como un mar distante en la oscuridad, pero nosotros ya sabemos en lo que se convertirá. El eco crecerá cada vez más, sus olas se harán más grandes y el ruido al romper en nuestras cabezas se volverá insoportable; esas olas nos acabarán arrastrando.

Mientras más tiempo pasamos sin correr, más crece el ruido, hasta el punto en que se vuelve insoportable. Y sabemos, también, lo que vendrá después, todo comenzará a derrumbarse, el mar todo lo tragará, parte a parte iremos desapareciendo. Nuestra mente estará completamente entregada a ese eco infernal, a esas olas que azotarán nuestras cabezas. La mente quiere que corramos, el cuerpo quiere que corramos, que salgamos a la calle, sin importar hacia dónde, sin importar por cuánto tiempo.

Somos presa fácil, ni siquiera intentamos luchar, ya hemos perdido miles de batallas. Jugamos el juego sabiendo ya el resultado, vamos a perder, vamos a salir a correr y la sensación al hacerlo será maravillosa.

Así vivimos nosotros, entre olas y ecos, dentro de un mar agitado que siempre canta la misma canción. Correr es nuestra bendición y nuestra maldición.