Nicolás Kierdelewicz es un atleta argentino que emigró junto a su familia a España. Oriundo de Mar del Plata y siempre vinculado al deporte, este atleta encontró su mayor desafío en los 246km del mítico Spartathlon griego. Nicolas tuvo la suerte de integrar, en aquel año 2013, la primera y original legión argentina en el Spartathlon. Legión que hoy en día sigue conservando el récord de argentinos en meta, en la historia de la carrera, con seis finishers.
Aquí su historia:
Todavía me acuerdo cuando, allá por octubre del 2007, me compré ropa para volver a trotar, haciéndome la fantasía que corría el Spartathlon. Esto mismo pensaba mientras recorría los últimos 40 kilómetros camino a Sparta, mientras los coches tocaban bocina sacando un brazo por la ventanilla, con el puño en alto, en modo de saludo.
Mi Spartathlon empezó a principios del año 2008 con la primera Media Maratón. Todo a partir de ahí lo hice pensando en esta carrera, si se puede llamar carrera. Mientras pasaban las Maratones y los entrenamientos kilométricos me fui dando cuenta que si quería completar los 246 kilómetros que unen Atenas con Sparta en menos de 36 horas debía convertir la acción de trotar en algo totalmente natural. El correr no debía ser una acción sino un estado. Buscaba constantemente nuevas rutas y caminos similares al Spartathlon. Corría en carreras que solo me sirvieran para el Sparta. Miraba videos, fotos, leía crónicas de gente que la había hecho. Intentaba aprender todo lo que pudiera para que mi entrenamiento sea lo más parecido al camino que seguiría.
Nos despertamos el gran y esperado día 27 de septiembre a las 4 de la mañana y desayuné en la habitación del hotel con Patri y Cati, preparando todo lo que iba a necesitar para sobrevivir durante el próximo día y medio. Me puse la ropa, que la sentía como mi amiga, llegó Nacho y salimos para la Acrópolis…a la largada del Spartathlon!
Fuimos de los primeros en llegar. La mañana estaba templada y no había viento. Empezaba a asomar el sol sin poder esconderse en ninguna nube y sus primeros rayos rojos bañaban el lateral del Partenón. Que feliz me sentía! No había otro lugar en el mundo donde quisiera estar. Después de no se cuantas fotos nos disponemos los 350 afortunados en la línea de salida. Éramos 9 los argentinos que estábamos dispuestos a rendirle homenaje a ese valeroso rey Leonidas aunque esa no era mi motivación. Algún día me gustaría que se organizara una carrera similar en Argentina homenajeando a nuestros valientes como Cabral, San Martín, Belgrano, y tantos otros perdidos por historias mentirosas.
Siete en punto daba el reloj y largamos. No estaba nervioso ni ansioso, porque sabía lo que tenía que hacer y sabía lo que me esperaba. Corrí esta carrera mil veces en mi cabeza. Mi cuerpo y mi mente estaban muy bien preparados pero la única duda que tenía era si sería capaz de solucionar todo lo que me viniera. Habría mucho incontrolable que controlar. Inmediatamente encuentro a Darío Arauz y nos ponemos a correr disfrutando de ese momento tan especial. Siempre manteniendo el ritmo que me había recomendado Pablo Silguero, mi entrenador. Estuvimos juntos durante casi 2 horas, después, en un avituallamiento nos separamos y ya no nos volveríamos a cruzar hasta pasados unos 200 kilómetros. Seguí solo, pero rodeado de corredores de distintas partes del mundo. Íbamos por una autovía donde los coches pasaban muy rápido y donde también, había muchas pequeñas capillitas recordando accidentes mortales. Quería salir rápido de ahí.
No faltó mucho para que tomáramos una ruta más tranquila que nos llevaría a pasar por un pueblo, creo que Elefsina. Allí nos recibieron un montón de niños y adolescentes formando una fila y gritando para que les chocáramos las manos. Este tipo de cosas llenan el alma y me hicieron ver que la decisión de estar allí había sido la correcta.
A los pocos kilómetros llega mi equipo de apoyo formado por Patri, Cati y Nacho, sumándose al coche Lili Caserta para apoyar a Darío. Tener un equipo de apoyo te da la tranquilidad de que no te va a faltar nunca nada y que podrán solucionarte cosas que no tuviste en cuenta. También ver una cara familiar (En mi caso, caras muy queridas) cada ciertos kilómetros es un apoyo con un valor enorme. Después de un rato empezamos a bordear la costa con un paisaje precioso aunque con subidas y bajadas constantes. Bueno, en realidad todavía no habíamos tenido un rato de trote en llano; o subíamos o bajábamos. Era poco más del kilómetro 30 y me sentía genial.
Un rato largo estuvimos por esa bonita ruta, aunque mantengo que es muy parecida a parte de la ruta de Málaga a Almería. Realmente no me llamó mucho la atención. A lo lejos vi una subida bastante larga e inclinada, casi que me puse contento porque la haría caminando…por fin después de más de 3 horas sin parar de correr. Empecé a subirla a paso decidido pero intentando no forzar más de la cuenta porque faltaba un montón, casi ni quería pensarlo. Llegamos al puesto de control y avituallamiento número 12, donde me volví a encontrar a Martín Córdoba para seguir juntos un rato. Seguimos por esta ruta en donde parecía que ahora las subidas y las bajadas eran más largas.
Pasamos algunos puestos de control más para meternos tierra adentro donde el viento empezó a soplar de cara un poco más fuerte. Para algunos maldición y para otros bendición. A mi me vino genial porque hacia que los 30 y pico de grados de calor no me afectasen mucho. Seguía pasando puestos de control llegando al kilómetro 60 del recorrido y la cosa empezaba a doler. Mi ritmo seguía siendo el planteado para estos primeros e importantes 81 kilómetros. Ir a 5:45 min/km para que, al parar en cada puesto a beber y comer, me diera una media de 6 min/km.
Puesto de control 18 y volvimos al mar por una ruta que nos llevaba a una refinería de petróleo donde el siguiente puesto sería el kilómetro 70. Mi ritmo había bajado un poco y las piernas gritaban de dolor. Hacía unos 10 kilómetros que me venia acordando las palabras de mi entrenador Pablo, donde me decía que siga adelante aunque duela porque iba a pasar, igual que iba a pasar las buenas sensaciones, y que a Mauro le había pasado lo mismo por esta parte del recorrido cuando la terminó en el año 2010. Faltaban 10 kilómetros para el primer gran control cruzando el canal de Corinto. Nada me iba a parar!
Subidas y bajadas constantes no me facilitaban las cosas pero de a poco me fui recuperando y recuperando, también, el ritmo. Empecé a sentirme muy bien sabiendo que quedaba poco para cruzar el canal. Me hacia especial ilusión cruzarlo porque marcaba el final de la primera parte en la que dividí la carrera y la parte que más me preocupaba.
Encarar una carrera de 246 kilómetros del tirón es algo que mi cabeza no podía procesar, así que la dividí en 4 sectores para que al lograr cada uno de estos sectores lo sintiera como un éxito.
El primero, de esos cuatro sectores, era una carrera de regularidad hasta el puesto de control 22 (kilómetro 81), donde el reloj era importantísimo y el ritmo abrumador. El segundo era intentar hacer lo más fácil posible el llegar hasta la base de la montaña en el kilómetro 150. El tercero era una carrera de montaña donde tendría que subir y bajar ese monte de 1200m de altura y llegar hasta el punto Nestani donde estaría el otro gran control (kilómetro 172). Y a partir de allí, el último sector era solamente quería llegar al kilómetro 202, porque sabía que una vez pasado los 200 kilómetros, nada me iba a impedir completar los 246,5 kilómetros; tardara lo que tardara.
Sintiendo que quedaba poco, para completar ese primer sector, me pongo a correr con un griego que tenía varios finishers en el Spartathlon. Charlando pasaron un par de kilómetros hasta que, a mi izquierda, veo el canal y más adelante el puente que lo cruzaba. Yeah! No sé que pasó pero quedé corriendo solo. Paso por un puesto de control justo antes de llegar y paro a comer. Mientras agarraba cosas esquivé a un atleta que estaba sentado con la cabeza apoyada en la mesa, algunos segundos después me di cuenta de que era Gerardo Re. Había comido algo que no le sentó bien y estuvo vomitando. Le ofrecí todo lo que podía ofrecerle pero no le entraba nada y con dolor le dejo ahí solo. Llegó el puente y veo a mi equipo con las cámaras de fotos listos para inmortalizar ese momento. Que alegría, que emoción! Dos kilómetros más adelante llego al tan ansiado gran control Nº22 (kilómetro 81) con 55 minutos de ventaja sobre el horario de cierre. Perfecto!
Haciéndole caso a Pablo, me hago unos masajes que me dejan muy bien. El masajista era un fenómeno griego llamado Giorgos o “George” como lo bauticé. Manos fuertes y toques justos donde los necesitaba. La valoración de “George” fue muy buena, tenía solamente cargada la parte externa de mis cuádriceps y el resto estaba bien. Justo al irme del puesto, a los diez minutos de llegar, veo a Martín y salimos juntos. Esta causalidad sería clave para mi carrera.
Salimos por un camino lleno de olivares con muy buena charla, pasando kilómetros y ganando minutos a los horarios de cierre. Llegamos al puesto de control 26, antiguo Corinto (kilómetro 93) sin mayor esfuerzo. En este puesto nos podían asistir los chicos así que le pude meter calorías al cuerpo, unos minutos después seguimos por caminos entre viñedos, con buen ritmo, buena charla y viendo como caía el sol.
Casi sin sentirlo llega el puesto 29 (kilómetro 102) con la peculiaridad que nos recibieron con una pancarta de bienvenida en la entrada del pueblo y unos chicos nos pedían autógrafos. Faltaban 15 minutos para llegar a las 12 horas de carrera.
Pasados diez kilómetros y tres puestos de control, ya era de noche. Nuestro equipo podía asistirnos nuevamente. Tocaba abrigarse, meternos calorías y ponernos el frontal, que sería el gran compañero de las siguientes 12 horas. Seguimos por ese camino oscuro, viendo como luces lejanas se movían de acá para allá. La compañía de Martín se hacia importante para sobrellevar esa noche cerrada. Me sentía muy bien aunque la cosa ya se notaba, pero en mi cabeza no había dudas.
Llegamos al puesto de control 35 y veo el censor donde teníamos que pasar el chip que actualizaría los datos en la página web, se me pasó por la cabeza que estaría pensando Pablo y como me gustaría regalarle el final. No sé si el lo sabrá pero fue y sigue siendo un referente para mí.
Inmediatamente llegados al puesto de control vemos a nuestro equipo que nos reciben con sonrisas enormes y mucho aliento. Me estaba esperando, sobre una mesa, un tazón de fideos con queso. Pasaron la sopa y un masaje recuperante; ya eran las diez de la noche. Besos a todo el mundo y a seguir sumando kilómetros.
Veníamos genial y con mucha motivación. Martín había intentado por dos veces terminar esta carrera y su experiencia me ayudaba. Me contaba que nunca había tenido estas sensaciones a estas alturas y me emocionaba de solo pensar llegar los dos juntos a meta. En una de esas bajadas sentimos un corredor que nos alcanza y era Leo Bugge, otro experimentado argentino en esto del Spartathlon. A partir de allí, los tres seguimos adelante. Yo pensaba la suerte que tenía de poder correr con ellos en esta parte tan delicada de la carrera. Nos comimos otros cinco puestos de control. Llegaba el puesto 40 y mi equipo estaba listo para darme calorías y más abrigo. Charlas, fotos y besos para recargar energía y envolvernos en ese manto negro que solo rompía la luz de nuestro frontal.
En el puesto de control 42 sumariamos 146 kilómetros avisándonos que a partir de ahí empezaríamos con las dos cifras y descontando kilómetros hasta la meta. Faltaban 100 kilómetros para Leonidas y diez minutos para las dos de la mañana.
El camino empezó a inclinarse bastante en diferentes tramos, lo que nos obligaba a caminar para después trotar en las bajadas. Sin darme cuenta, acababa de terminar la segunda parte de mi carrera y ya estaba en la base de la montaña con 150 kilómetros en el cuerpo. Pasaron varios kilómetros más y nos fuimos separando para buscar cada uno su propio ritmo. Yo seguía sin enterarme que había empezado la montaña porque íbamos caminando por una ruta de asfalto, aunque serpenteante, era asfalto y yo esperaba la tierra.
A unos 600m del puesto de control 46 veo a un atleta caminar en zigzag muy cerquita del barranco y me doy prisa hasta alcanzarlo, para a ver que le pasaba. Era un atleta japonés que caminaba dormido. Le saludo y le apoyo la mano en la espalda, en modo empujón, mientras le doy charla hasta el control en donde se sienta en una silla y allí se queda. Mas adelante me seguiré cruzando, cada tanto, con este atleta japones hasta llegar a la misma Sparta.
Sigo subiendo, pasando por debajo de una autopista muy iluminada y dando gracias por poder descansar un poco la vista. Eran las cuatro de la mañana cuando llego al siguiente punto de control donde estaban los chicos. Ellos me dicen que empieza el tramo llamado “la escalera”, unos 2,5 kilómetros de ripio para llegar a los 1200m de altura de la montaña tan esperada; no lo podía creer! Aunque tenía las piernas reventadas y solo 34 minutos de ventaja sobre el corte, tenía muy buen ánimo. Me tiro, literalmente, en una camilla a que me den un masaje y para mi sorpresa estaba “George”, el mismo masajista del kilómetro 81 que me volvió a dejar “casi” como nuevo. Ya no había mucho más que George pueda hacer.
Los chicos me dijeron, después de la carrera, que en aquel momento me veían muy mal y estaban nerviosos porque llevaba muy poquito margen con el tiempo de cierre. Pero en cambio yo, en aquel momento, estaba genial y muy confiado. Había entrenado y esperado esa montaña mucho tiempo y tenía ganas de presentarme. Durante los primeros metros de caminata parecía que me clavaban dardos en las piernas, la inclinación era muy bruta, pero en cuanto me acomodé subí disparado. Empecé a pasar a un montón de gente, cuando sentían mis pasos, me dejaban pasar sin siquiera mirar atrás. El sendero estaba marcado con cintas y luces fluorescentes verdes, que hacían el camino muy bonito. En una de esas curvas cerradas levanto la cabeza y veo las luces del puesto de control que marcaba la cima de la montaña. Había ganado unos 15 minutos en un solo puesto de control. Me pido un café y me lo llevo para bajar lo más rápido posible y seguir descontando minutos. Había visto en el cartel que la media en la bajada era de 10 minutos por kilómetros. Digamos algo así como que me tiré de cabeza. Ni me pregunté, ni me importó en saber cómo tenía las piernas para aguantar mi peso y el camino lleno de piedras/pozos en esa bajada tan inclinada. Seguía pasando un montón de corredores y eso me motivaba a seguir así. Cuando ya empecé a cansarme, después de varios tropezones, con alguna “casi” caída al suelo incluida, llegué a la entrada del pueblo. Ese era el siguiente punto de control, en donde había ganado unos 35 minutos en total y volvía a tener ese colchón de tranquilidad de 55 minutos con el horario de cierre.
Paré muy poquito, lo justo para beber/comer algo y seguir hacia abajo como un tiro. No estaban los chicos en ese puesto de control, aunque me dijeron que allí me esperarían. Me imaginé que no esperaban que bajara tan rápido; en realidad yo tampoco. Un kilómetro después los veo venir, les hago señas para que cambien el destino y ya nos veríamos en el puesto 50 (167 kilómetros), con una pequeña charla y algunos bocados de comida para seguir adelante.
Por aquellos momentos venía medio perdido, tenía un cacao mental de kilómetros, horarios, puestos de control y no sabía dónde estaba, pero mientras intentaba aclararme, seguía corriendo. No me acuerdo cómo ni en que estado, pero llegué a un punto importante de la carrera; la Villa Nestani. Punto importante porque, aparte que estaría el puesto control, llegar hasta allí te asegura la inscripción para volver a la carrera durante los siguientes dos años, aunque eso no se si es un premio o una penitencia.
172 kilómetros y ni puta idea que hora era.
Quería llegar a los 200 kilómetros y faltaba muy poco. Estaba por amanecer y el frío empezaba a hacerse notar, aunque no lo había sentido en toda la noche (solo me puse unos guantes y una campera fina) En el camino de este último puesto nocturno me acompañó my crew pero no tengo ni un recuerdo de cómo estaba ni lo que sentía.
Al llegar al punto de control 54 eran las 7:15 de la mañana y llevaba 177 kilómetros. Me percaté que las 24 horas las completé con 175 kilómetros y eso me dio una brisa de ánimos, pero mis piernas empezaron a caer en picado.
Durante toda la carrera (y en este momento en especial) mi cabeza se apoyaba, solamente, en el hecho de llegar al siguiente punto de control intentando perder lo menos posible de ese colchón de minutos acumulados que llevaba. Cada punto de control estaba a dos/tres kilómetros de distancia, el uno del otro. El control 55 estaba a 1,7 kilómetros del anterior, pero en cambio, el punto del control 56 lo habían puesto a la friolera distancia de 4,7 kilómetros y a 8 min/km de media. Uff! Este fue el momento donde me caí, mi cuerpo y mi cabeza estaban agotados, no podía hablar y apenas podía correr, caminar era igual de agotador y me dolía cada parte de mi.
Durante esos 5 kilómetros los chicos estuvieron todo lo que podían a mi lado. Yo corría y caminaba según tenía ganas porque la ruta ni subía ni bajaba. Ellos me hablaban de estupideces y me felicitaban cuando corría, pero yo estaba muy cansado. Al llegar al punto de control 56 me senté y me tomé un caldo caliente. No tardé mucho en salir o al menos eso creo. Me sorprendí cuando Nacho me dijo que había perdido solo unos pocos minutos. Me venían molestando un par de ampollas en el pie izquierdo y les pedí a los chicos que me preparen los Comped para el siguiente puesto, importándome nada si me podían dar cosas o no, casualmente si podían. Me los puse y me comí medio tarro de arroz con leche, pero la ampolla de la planta del pie me seguía molestando.
Toda esta parte fue un mundo de dolor en el que solo me permitía pensar en el siguiente avituallamiento. No podía racionalizar que me quedaban unos 60 kilómetros y mucho menos pensar que serían otras once horas. Pero, por otro lado, no tenía ninguna duda de que la iba a terminar, entrené para terminarla, vine a Grecia a terminarla. Si podía ser en menos de 36 horas genial, sino tenía a mi equipo para ayudarme a seguir si me descalificaban por pasar fuera de hora. La única manera que me iría de la carrera sería con un suero en las venas.
Me dijeron que iba a haber un gran control en el punto 60 (Tegea) y en mi cabeza solo estaba mi masajista “George”, jaja, necesitaba masajes y rápido. Al llegar al puesto de control me tiré a la primera colchoneta que encontré y alguien me empezó a masajear pero no era “Manos Mágicas George”, a esa altura daba igual. Me comí medio tarro de arroz con leche y seguí adelante, con el ánimo más alto y un poco de mejores sensaciones en las piernas, aunque la cosa todavía no iba bien. Ya empezaba a apretar el calor de nuevo y estaba llegando a los 200 kilómetros con un poco de controversia. Estaba contento por llegar al final de mi tercera etapa pero por otro lado estaba en terreno totalmente desconocido. Nunca corrí más de 200 kilómetros ni estuve más de 24 horas corriendo. ¿Cómo aceptaría mi cuerpo eso? ¿Cómo me bancaría un segundo mediodía de calor?
En esta parte, desde el kilómetro 180 hasta los siguientes quince kilómetros, no consigo palabras para describir lo duro que fue, tanto física como mentalmente. Mi única manera de describirlo es decir que fue lo más duro que pasé en mi vida y solo me empujaba a seguir mi motivación y mi convicción de llegar a la meta. Nada más. No hubo un Dios, ni una frase, ni música motivadora. No lo hice por mi hija, ni por mi mujer, ni por mi viejo. No esperaba aplausos, ni lástima, ni admiración. La contienda era yo contra mí mismo, pero lo curioso es que los dos estaban de acuerdo en seguir adelante. No cabía ninguna duda entonces, lo único que me separaba de la meta eran solo 45 kilómetros y mis cálculos decían que llegaría dentro de las 36 horas.
Llegado al punto de control 63 ya estaba en el kilómetro 206 y las sensaciones era las mismas, parecía que me habían puesto en modo stand by. No podía hablar, ni sonreír, casi no movía la cabeza y solo podía trotar muy despacio, aunque mi ánimo era muy bueno. Seguía adelante y comía en cada punto de control lo que me quedaba a mano, ni lo elegía. Creo que pasamos uno o dos puntos más y me alcanzó Darío, que venia corriendo desde hacia unos 100 kilómetros con una chica polaca que solo hablaba italiano, ja! Aunque me pasaron, verlos adelante mío era muy reconfortante y de a poco empecé a encontrar piernas. También llegaron Katy, Marta y Gerardo en coche; sus palabras llenas de experiencia me empujaron un poco más hacia la recuperación. La alegría se completó cuando me pasó como una zaeta Martín, iba pletórico y dejaba estela de felicidad. En unos minutos lo perdí de vista.
Entre los puestos 67 y 68 llegó la alegría. Más de 220 kilómetros rodeado de amigos argentinos en el final del Spartathlon me cambiaron el interruptor a ON. Ya habíamos pasado la última y difícil cuesta del kilómetro 223 y todo seria cuesta abajo.
Desde que subimos a esta ruta los coches empezaron a saludar tocando bocina y sacando el brazo con el puño en alto por la ventanilla. Sabían que veníamos desde Atenas a rendirle homenaje a su Rey, sabían que salimos el día anterior a las siete de la mañana y sabían que nos quedaba poco.
Debo confesarles que allá por el kilómetro 180 y pico, cuando empecé a correr por esta ruta, el primer bocinazo me sacó un llanto bastante largo de emoción. Sentía que iba a acabar esta carrera loca y me estaban dando las gracias por eso. Fue emocionante!
Después del punto de control 70 y con más de 230 kilómetros, por fin, dejamos esta ruta y nos dirigimos directamente a Sparta. Como explicarles lo que pasó a continuación, yo era un manojo de alegría tirándome por esas bajadas como si no hubieran pasado 34 horas por mi cuerpo. Entre uno de esos puntos de control gané diez minutos. Venía como loco saludando a todo el que pasaba. Calculé que llegaría en 34 horas y 30 minutos más o menos. Patri me dijo si quería una cerveza y sin dudarlo le dije que si, que me la dé en el próximo control. Imagínense como iba, como un nene a buscar su bicicleta nueva. Al llegar al punto de control 72, Patri me dijo que lo había pensado mejor y que no me la compraron por si me caía mal, que todavía faltaban 9 kilómetros y yo no me enojé! Me tomé una coca cola fresquita y seguí hacia Sparta con sabor a gloria en mis piernas.
En eso pasa Gerardo Re en coche y me dice si quería un helado ¿Cómo? ¿Por qué un tipo tan experimentado, dos veces finalista de esta terrible carrera, me ofreció un helado a estas alturas? Obviamente le dije que si y me lo fui comiendo como un desaforado, creo que ni gracias le dije, pero me quedó dando vueltas en la cabeza el porqué me lo dio. En ese momento se calmó mi cerebro, algo así como un stop cerebral y empecé a escuchar; solo se escuchaba el sonido de los pájaros. Detrás mío empezaron a caminar dos japoneses mientras hablaban y reían, cada tanto pasaba algún coche y tocaba bocina. Todo ese contexto junto, en calma y el hecho de que estaba terminando una de las carreras mas duras del mundo, hizo que la escena se convirtiera en un ambiente perfecto. Y ahí me di cuenta!
Gerardo me había dado ese helado justamente para eso. Estaba en un momento único en mi vida y tenía que disfrutarlo, así como disfrute aquel helado.
Esto no era, solamente, la consecución de un sueño sino que estaba demostrándome que podía hacerlo, que podría hacer cualquier cosa, que seria capaz de afrontar los dolores más grandes y seguir adelante.
Pero saben lo mejor de todo, que me di cuenta de que la felicidad no esta en el final, esta durante todo el camino. El que es capaz de ganar un millón de dólares podrá regalarlos, porque sabe el camino para volver a conseguirlos.
Ya no me importaba el tiempo, ni llegar antes que nadie, solamente quería disfrutar.
Seguí caminando por esa ruta intentando grabar cada paso, ruido, sensación, cada fragancia que venía desde los parques, quería grabar toda esa imagen. No quería que terminara nunca. Iba feliz, pleno y lleno de confianza. Estaba satisfecho conmigo y con el mundo. Pasaron no sé cuantos minutos y al girar en una curva vi que no había ningún avituallamiento cerca así que decidí volver a correr porque tampoco era que me sobrara tanto tiempo. Seguí bajando al trote, ya sin apuros y saludando a toda persona que cruzara, incluso a varios perros que estaban sentados en una casa mirándonos pasar. Llegué al puesto 73 y mi equipazo me da mi bandera argentina, esa que hizo mi viejo y que me acompaña desde que llegué a España. Los chicos de mi equipo me avisan que irían directamente a la llegada para acomodarse y dejar registrado mi final.
Estos últimos kilómetros fueron eternos, pero apareció un cartel que decía “Sparta a tres kilómetros”, al girar en una curva veo un puente en el que estaba una pancarta enorme que decía “Spartathletes welcome to Sparta”. Me subió algo desde la barriga hasta el pecho en modo de tapón que casi no me dejaba respirar. Y los coches seguían saludando; todo eso era irreal.
Pasé por debajo del puente y vi que empezaba una subida importante pero había muchos atletas caminando y yo quería llegar solo a los pies de Leonidas, así que no había otra opción que la de correr y pasarlos a todos, ja!
Cómo saludaban los coches y las motos que pasaban mientras yo corría cada vez más rápido! Y de repente llega un chico de unos 25 años en bicicleta, sin decirme nada se pone detrás mío y me empieza a guiar por donde ir. Mientras tanto yo venía sin ver las banderas colgadas en el medio de esa avenida; devolviendo el saludo a la gente que desde sus balcones me saludaban; los que caminaban por la vereda; los que estaban en las mesas de los bares. Vuelvo a doblar por segunda vez a la derecha y apareció todo aquello.
Era irreal, como un sueño, como estar viendo un video en 3D. Había mucha, mucha gente y al fondo de todo estaba Leonidas, erguido majestuoso, con las banderas de todos los países detrás. No podía parar de reír y saludar con la bandera argentina que hizo mi viejo, en las dos manos flameando detrás mío. De pronto de entre toda esa gente veo a Catalina venir corriendo hacia mí, llorando desconsoladamente. Nos abrazamos, subimos los escalones que nos dejarían a los pies del Rey y juntos pusimos nuestras manos en su pie, como dicta la tradición del Spartathlon.
Todo eso seguía siendo un sueño, como si estuviera dentro de una película, nunca me había pasado algo así. Solo las caras familiares de Cati y Patri me devolvían a la realidad.
Veo a las Spartanas con su atuendo típico y una de ellas, con cara angelical que me miraba directamente a los ojos, sostenía la vasija de barro con agua del río Eufrates. Había poder en sus ojos. Me la ofreció y sabía a gloria!
Quería compartirlo con ellos, con mi equipo de la vida. Patri, Cati y Nacho son mi equipo porque me apoyaron desde siempre sin cuestionarme nada. Me conocen como soy y sin embargo me quieren. Me quieren después de haberme atendido durante 35 horas y 4 minutos que duró mi viaje de Atenas a Sparta. Conocieron todas mis miserias y me las aguantaron, me empujaron, me hicieron reír cuando no podía caminar, pensaron en mi sin pensar en ellos. Tener a personas así al lado es un regalo que a veces me cuestiono si merezco. Tengo dos integrantes más muy importantes en mi equipo. Mi entrenador Pablo Silguero que desde la distancia me dio todas las herramientas necesarias para estar físicamente preparado. Confío en él. Y mi entrenadora mental, Raquel Roji Fernández, que sin su sabiduría y consejos creo que no hubiera llegado.
A todos ellos, infinitas gracias! Pase lo que pase en esta vida incierta, los llevaré en el corazón. Gracias a todos los amigos que desde una forma u otra estuvieron pendientes de mi y me dieron buenas ondas. Ya sea por Facebook, mensajes, teléfono, con el corazón. Todo me llegó!
Muchas veces me preguntan si lloré cuando llegué, les contesto que no, que mi alegría salió por la boca, porque se me abrió una enorme sonrisa que me duró muchos días.
Todavía no dejo de sonreír!
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