Nuestra amiga de la casa, Maite Rojo, está en Nueva Zelanda y participó de unas de las pruebas de ultratrailrunning clásicas para muchos corredores de élite de ese deporte. Como incida el titulo, esta fue su primera aventura de 100millas, a continuación compartimos su relato.
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Por: Maite Rojo.
Ultra Trail TARAWERA 8/02/2020
Cuando era una adolescente y practicaba atletismo en pista (1500m), jamás se me hubiera pasado por la cabeza que hubiera llegado a viajar tanto para practicar mi deporte preferido en un entorno tan espectacular.
¿Por qué el ultramaratón de Tarawera, en Nueva Zelanda? Hace casi 12 años vine de viaje a este país, recorrí 9000kms por la isla del norte y del sur (no corriendo, no os vayáis a pensar) y no encuentro palabras para describir, a los amantes de la naturaleza, muchos de los lugares que visité.
Hace un par de años empecé a oír hablar del Ultra Tarawera por otros corredores internacionales y por casualidades del destino, o más bien del trabajo, he venido a Nueva Zelanda en las mismas fechas en que se celebra la prueba. ¿Suerte? ¿Destino? Un poco de las dos. Aquí iba a estar, así que me armé de valor y me inscribí en las 100 Millas.
Después de toda una semana con nervios, porque imaginaba lo duro que iba a ser, llegué el viernes a Rotorua, la salida, la zona más representativa de los maoríes en el centro de la isla del Norte. Aunque por desgracia ya se conoce como “Rotovegas”, por la cantidad de turistas y viajeros que van a visitarla.
La llegada es en Lakefront, justo en el centro neurálgico de la ciudad y de un área geotérmica. Sí, sí, habéis oído bien, un área completamente volcánica.
El ambiente, siendo Tarawera una carrera que forma parte del circuito “World Trail Tour”, y apoyado por la marca “Ironman” es impresionante.
Para las 100 millas hay que llevar una mochila con el material obligatorio, además de lo que uno personalmente quiera llevar. Se puede hacer la comprobación en tiendas especializadas antes de llegar y así no es preciso hacer cola en el día de la prueba.
Cuando llenas el agua de la mochila llevas a cuestas entre 2/3kg.
Material obligatorio:
- Frontal con baterías de repuesto.
- Top largo térmico de polipropileno o lana.
- Pantalón/ malla larga térmica de polipropileno o lana.
- Gorro térmico o buff.
- Guantes térmicos.
- Chaqueta a prueba de agua sellada con capucha.
- Funda de supervivencia (¡no manta!)
- 2m de vendaje autoadhesivo, de 40 mm de ancho.
- Móvil cargado con una funda estanca.
- Batería externa.
- Vaso, botella de agua para rellenar, porque no hay vasos de plástico.
¿Ropa térmica en el verano de Nueva Zelanda, en medio de una ola de calor? Luego lo entendí bien. Las temperaturas oscilan entre los 30º durante el día y bajan a menos de 10º por la noche. Durante la carrera cayeron un par de “calabobos”, si te lesionas en ese momento y estás en el medio de la nada (donde ni los que te apoyan o un coche puede llegar), la hipotermia puede ser un riesgo bastante grande y tener esa ropa térmica a mano puede salvarte. Además, menos de un cuarenta por ciento de los/las participantes completa la carrera en menos de 30hs y el tiempo máximo para acabarla son 36hs. Eso significa mucho tiempo y muchas calorías quemadas, lo que equivale a pasar en algún momento de la carrera mucho frío, incluso en verano.
Después de la comprobación del material y retirada de dorsal (donde también te pesan), Jason (mi apoyo) y yo nos fuimos a ver el último tramo de carrera (“Redwoods”), la zona de la salida y finalmente a descansar a un cámping que hay justo en frente. Una vez relajados repasamos la lista de los quince avituallamientos y la bolsa con lo que iba a necesitar y con todo lo más importante para mí, cada corredor sabe sus manías.
Después de intentar dormir unas cinco horas, me levanté a las dos de la madrugada, dos horas antes de la largada (4am) y me di cuenta de que me había olvidado traer algún tipo de cafetera y la cocina del cámping estaba cerrada con llave. ¡Vaya por dios!
Salimos andando hasta “Te Puia”, la zona de salida y comenzó la lluvia. El parte meteorológico la pronosticaba de 4:00am a 6:00am y no se equivocó. Entramos en una especie de parque temático y caminamos por un paseo de madera al lado de un geyser erupcionando (Pōhutu). Pasamos por una nube de vapor como de niebla caliente, con carteles que dicen algo así como “Cuidado donde te sientas, las piedras están calientes”. ¡Y lo están!
En este escenario, después de una pequeña introducción del director de carrera, todo el mundo se coloca en línea de salida y comienza una “haka» (danza guerrera maorí). Ya no sabe uno si reír de los nervios, llorar de la emoción o todo a la vez. Encendemos los frontales, cuenta atrás y pum. ¡Salimos!
De camino al primer avituallamiento, en Puarenga (13km), encuentro al otro único español de la carrera, Diego, que viene desde Chile. Nos reconocimos por las zapatillas que llevábamos puestas en las fotos del Facebook. Los kilómetros, en la noche, se hicieron muy cortos hablando con él pero en un momento se adelantó y ya no lo volví a verlo. El lugar estaba lleno de gente animando, a pesar de ser las cinco de la mañana, de locos!
En el segundo avituallamiento, Green Lake (22km), relleno mis botellas y sigo. Aquí no hay espectadores y el ambiente está más calmado.
Buried Village (31km) es un antiguo poblado de casitas maoríes. Es de día, pero aún así seguimos un camino de luces, muy bien indicado. En cada cruce, incluso en medio de la nada, hay voluntarios esperando, enmantados por el frío, lo pobres. Más tarde supe que hay más de 600 voluntarios en toda la carrera. Me encuentro por primera vez con Jason, que me pregunta si he comido y bebido, como habíamos acordado. Todo el mundo aúlla y anima cada vez que entra un corredor.
En una zona entre árboles en la que no paramos de hacer eses; batallo durante kilómetros con una corredora que quedaría, finalmente, tercera de la general. Ella es de la zona y conoce el bosque como la palma de su mano. Tiene 50 y pico años, una fenómena.
Llegamos a Isthmus (46km), donde no hay espectadores y han decorado el avituallamiento como un campo de zombies. Cada avituallamiento tiene una temática y acabas riendo mucho. Un poco más adelante llegamos a un pequeño pantalán, donde aguardamos cruzar en barco al otro lado. Desgraciadamente se les estropeó un barco y tuvimos que esperar cinco minutos. Fueron cinco minutos de gloria, ya que en ese tiempo, un voluntario nos sirvió un “cocktails” (un zumo con hielo en vaso de martini) y pudimos sentarnos a sacarnos las piedras de las zapatillas.
Quinto avituallamiento, Rerewhakaaitu (55km). Llego bajando un tramo de carretera que da un pequeño descanso al continuo, esquivar piedras y raíces. Escucho un pasodoble de fondo y al rato veo a Jason ondeando la bandera española. Todo el mundo me mira y anima, aunque a mi me da un poco de vergüenza. Un voluntario me hace una pequeña entrevista con el teléfono mientras relleno botellas y dice cuando me preguntan de donde soy: “está claro que es española”. Todo en general me anima a seguir.
Después de algo más de carretera, alcanzo Okahu (62km) donde también llegan los espectadores. Jason me insiste en comer más, así que como un plátano y un sándwich de mantequilla de cacahuete con una bebida energética, que me saben a gloria en el momento. Será la última que vería a Jason, nos volveríamos a encontrar en el kilómetro 121.
Paso Wihapi (72km) y Puhipuhi (82km), veo voluntarios vestidos de hawaianos y otros como si estuvieran en la playa, con juguetes hinchables en el medio del bosque. Me animan un montón y me dicen que voy la 7ª mujer de la general.
Dejo atrás Titoki (94km) y corro a través de lo que es el “Tarawera trail”, con ríos, torrentes y puentes. Sigo hasta que llego a una cascada que me deja sin palabras.
Llevo más de la mitad de la carrera y alcanzo el kilómetro 104, llamado Oulet, donde ya empiezan a ofrecer café, té o sopa. Aunque me encuentro muy bien tomo algo de café y sigo. Desde el avituallamiento once, en Humphries (111km) hasta el siguiente en Okataina (121km), todo es un bosque cerrado, de camino estrecho que trascurre al costado de un lago, sendero precioso pero lleno de raíces. Me alegro de haberlo pasado de día, porque se hace difícil correr y me encuentro con varios lesionados durante ese tramo.
En Okataina me espera Jason y hay espectadores que no han visto a los suyos durante muchas horas, así que la llegada a ese avituallamiento es espectacular. Todo el mundo aplaude, sonríe, grita “¡bien hecho, buen trabajo!”.
Primero me cambio de ropa porque empieza la noche, hace viento y baja mucho la temperatura. Me pongo una camiseta térmica y la de mi equipo de Galicia, “Vertice” por encima. Esta camiseta y la camiseta del maratón de Coruña son las pequeñas cosas que me acompañan de casa, además de todo el apoyo de familiares y amigos a través de las redes.
La espalda me está matando y le pido a Jason que me unte crema anti fricción. Al parecer tengo parte del centro de la espalda sin piel por el roce de la mochila o el top. Me pongo otra camiseta térmica más holgada en la cintura y me acerco al avituallamiento, donde todos los voluntarios, todos muy cariñosos y vestidos de payasos. En ese avituallamiento tienen bizcocho de chocolate y café! Genial, me encanta, no quepo dentro de mí!
Ahora viene lo duro. Salgo a un camino en total oscuridad y aparece la cuesta más empinada de la carrera, con 125 kilómetros en las piernas. Aquí me doy cuenta del desnivel de la prueba, de unos 5470mts. Después de llegar a un cartel que dice “lo has hecho, has llegado a la cumbre” (como otros muchos letreros con frases de ánimo que hay en todo el recorrido) el sendero sigue lleno de sube y bajas como toboganes.
Después de dieciséis tortuosos kilómetros, veo un aviso que dice “cruce de río, nivel de aguas muy alto, ciclistas bajar de la bicicleta”. Por unos segundos me asusto un poco pero es verano y estamos en alerta por falta de agua, así que por suerte no hay nada, solo un socavón enorme.
Alcanzo el avituallamiento de Millar (137km) sin apoyo y que casi paso de largo, para llegar lo antes posible al Blue Lake (149km). Jason me espera dentro del coche porque hace un frío que pela, me paro para beber algo, pido un café y me empiezo a marear. Me acompañan a una tienda y con chocolate, café y plátano, me vuelvo a encontrar mejor. Viene la médico a verme, porque estoy tumbada en el suelo, pero ya noto la presión volviendo a su sitio ( algo normal en mi, tengo el azúcar y la tensión siempre muy baja). La gente es maravillosa, se acercan para poder ayudar y preguntar si estoy bien. En cuanto salgo de la tienda, una chica de la organización se acerca y me dice: “Española! llegaste! ¡Eres genial me encanta tu sonrisa!”. Entonces vuelvo a sonreír y nos damos un abrazo. Me dice que ya solo quedan nueve kilómetros hasta Redwoods y siete hasta la llegada de Lakefront. ¡Ya no queda nada!
Esto me anima mucho y salgo hacia la última parada, imaginando que ya será pan comido….Craso error! Pensé en el momento que a algún sádico se le había ocurrido, después de llevar 150 kilómetros en las piernas, someternos a nueve kilómetros de subidas y bajadas con escaleras. Con los pies muy doloridos me lleva casi dos horas completar esta parte. Llego a Redwoods, donde todos estaban disfrazados y ya se estaban preocupando por lo que había tardado, después del mareo de Blue Lake. En este tramo perdí un puesto pero ya no paré hasta la meta.
Visto los guantes térmicos porque ya no siento las manos y completo los casi siete kilómetros que quedan, que parecen no tener fin. La luna llena hace que a veces pueda apagar el frontal y quedarme embobada con el paisaje. Los árboles y los ruidos de los animales lo hacen todo un poco tenebroso y emocionante a la vez. Completamente plano y con un camino de arena blanca que se ve perfectamente. Sé que estoy cerca de Rotorua por el olor a sulfuro de las aguas termales. Los últimos dos kilómetros voy rodeada de aguas borboteando y llego a la ciudad, donde ya se oye el bullicio. De la emoción acelero hasta la meta. La lágrimas me caen por las mejillas y no puedo hablar.
La medalla de premio es un “Toki” de “greenstone” (piedra verde), que debes elegir y que tiene que ser regalado. Simboliza coraje y fuerza en momentos de adversidad y es el símbolo por excelencia del pueblo maorí. No me lo pienso quitar del cuello. Mucho esfuerzo y meses de entrenamiento han dado sus frutos, aunque estuve tres semanas bastante mal después de correr las 12h de Barcelona , más las 28hs de avión a Nueva Zelanda.
Ha sido una experiencia inolvidable. La organización de la prueba es de diez, una gente más que encantadora y un paisaje impresionante. !Todavía no me lo creo! Mi reto era acabar la prueba sin lesionarme, entre 24 y 26 horas. Completé las 100 millas en 24:52hs y finalicé la 8º mujer y 3ª en mi categoría. En ediciones anteriores con esta marca hubiera conseguido subir al pódium, lo que me puso aun mas contenta.
Ailsa McDonald, ganadora de la carrera, hizo un tiempo de 18:10hs. El ganador masculino fue Vladimir Shatrov, quien destrozó el récord masculino de la prueba con 15:53hs. Sin palabras.
Muchas gracias a toda mi familia y amigos, que me estuvieron siguiendo desde la distancia. Ya sabéis todos quienes sois. Os adoro. Gracias por el apoyo.
Gracias también a todos los que leáis esto y perdonad si me he extendido mucho.
Abrazos y kilómetros.
Maite
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