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Mi Comrades Marathon 2017 – Santiago Trull

Hay carreras con paisajes increíbles, otras con miles y miles de personas alentando, las hay con una gran historia y tradición, unas pocas tienen un espíritu y una mística poderosa, algunas son durísimas y exigentes. Comrades Marathon lo tiene todo y por eso es considerada por muchos como la mejor carrera del mundo. “Zinikele” el slogan del 2017, cuya traducción sería “te exige todo de ti”, sintetiza lo que esta prueba impone a los que se atreven a correrla.

La Maratón Comrades (Camaradas) es una ultramaratón de aproximadamente 89 km que se corre en la provincia de KwaZulu-Natal en Sudáfrica entre las ciudades de Durban y Pietermaritzburg. Es la ultramaratón más antigua y numerosa del mundo. El sentido de la carrera cambia cada año entre la «up run» (87 km) que parte de Durban y la «down run» (89 km) que tiene la salida en Pietermaritzburg. El trazado pasa por 5 colinas que van marcando el recorrido: Cowies Hill, Field’s Hill, Botha’s Hill, Inchanga y Polly Shortts. El límite de tiempo para completarla es de 12 horas. La carrera fue la idea del veterano de la primera guerra mundial, Vic Clapham, para conmemorar a los soldados sudafricanos caídos durante la guerra. Desde el año 1921, en la que participaron 48 atletas, hasta la actualidad con casi 20.000 inscriptos, el espíritu de esta carrera permanece intacto: camaradería, desinterés, dedicación, perseverancia y humanidad.

 

Por: Santiago Trull

 

Oí hablar por primera vez de ella cuando Javier Frega, una de las personas con más maratones corridos por todo el mundo, la describió como la mejor carrera en la que había participado, incluso por encima de los famosos Majors. En ese instante una semilla se sembró, comencé a investigar y leer más y más sobre esta misteriosa y épica carrera. Finalmente, varios años después y recuperado de una cirugía de cadera decidí inscribirme a último momento ya que el mismísimo Javier y otros 4 argentinos iban a participar. Luego de 5 meses de duro entrenamiento y mucho sacrificio personal y familar estábamos los cinco (Javier, Gastón, Migue, Mariano y Yo) en la línea de partida para enfrentarnos a este monstruo.  Eran casi las 5:30 am del Domingo 4 de Junio, todavía de noche, cuando comenzó a sonar el himno sudafricano, luego entonaron entre todos un canto tradicional Zulú llamado “Shosholoza”, finalmente la canción de Carrozas de Fuego sonó a todo volumen por los parlantes. Lágrimas y aplausos brotaban sin parar. Con el famoso y característico grito del gallo se dio inicio a la edición nº 92 del Comrades Marathon.

Esta prueba más que una carrera es un viaje personal, una suerte de peregrinación en la que cada uno de los atletas se enfrenta a sus miedos y debilidades. Necesariamente te obliga a escarbar en lo más profundo de tu ser hasta descubrir fortalezas y energías que no sabías que existían. Es un camino que al final del día te convierte en una persona distinta, un “camarada”.

Mi plan de carrera optimista era intentar bajar las 7 horas y 30 minutos, que es el corte para las “Silver” Medals (La carrera entrega seis tipos de medallas distintas según el tiempo de llegada, estas son: Gold (10 primeros); Wally Hayward (sub 6 hs); Silver (sub 7.30 hs); Bill Rowan (sub 9 hs); Bronze (sub 11); Vic Clapham (sub 12)). Salimos con Gastón y Mariano los tres al mismo ritmo planificado. Desde el inicio la primera mitad de la carrera es mayormente en subida con lo cual hay que cuidarse mucho para tener resto suficiente para afrontar la segunda parte.

Cerca del km 15 llegamos a “Cowies Hill”, la primera gran colina, de un poco más de 2km de longitud. Por ahora casi todos la suben corriendo ya que al principio todo parece relativamente fácil. Al ser de noche todavía y con tanta gente nos dispersamos y cada uno hace su carrera en solitario. Cada 2km aproximadamente hay puestos de hidratación muy surtidos con lo cual los atletas van preparándose para el calor y el sol que empieza a asomar lentamente.

Algo más adelante nos enfrentamos a la segunda de las Big Five y la más larga de todas, “Fields Hill” con unos 3200 metros de largo. Todavía con las piernas bastante frescas la ascendimos sin mayores problemas. Aquí ya algunos corredores optan por caminarla, en parte porque saben lo mucho que queda por delante. Mientras corro voy mirando los dorsales de otros atletas. Cada uno lleva impreso su nombre, la cantidad de veces que completó la carrera y el corral en el cual clasificó. A su vez hay colores que los identifican: celeste para los internacionales, blancos para los locales, el tan preciado verde para los “Green Number” (aquellos que hayan completado más de 10 ediciones) y finalmente el amarillo para aquellos que con 9 carreras van a por el “Green”.  El mío sencillamente era celeste y decía 0 – A – Santiago, lo cual me convertía en uno de los tantos “Novice” (novatos). Con este sencillo pero brillante recurso uno podía ver que el corredor de al lado tenía unas 26 Comrades corridas lo cual lo convertía públicamente en un experto y experimentado camarada.

Llegando al km 36 y ya con cierta fatiga acumulada comenzamos a ascender la tercera gran colina “Bothas Hill”.  Ahora son cada vez más lo que caminan las subidas, yo opto por seguir corriendo a un ritmo controlado. Mirando cada tanto el reloj veo que ya tenía una maratón completa en las piernas y para mantener el ritmo planificado el cuerpo ya comenzaba a sentir las consecuencias de correr casi 42km en subida. Sin darme cuenta pasamos por el “Wall of Honour”, un sitio al costado de la ruta con placas conmemorativas de corredores. Unos pocos metros más adelante también paso sin notarlo el “Arthur´s Seat”, una suerte de banco en la roca en la cual se habría sentado a descansar unos minutos el legendario Arthur Newton, cinco veces ganador de la prueba allá por el año 1922. La tradición indica que los corredores que pasan le ofrecen una flor para tener suerte en la segunda mitad de la prueba. Lamentablemente vengo tan concentrado y cansado que ni me doy cuenta y paso de largo, mala suerte?

Al pasar por Drummond atravesamos el Halfway Mark, la mitad de la prueba aproximadamente, chequeo mi reloj y el parcial indica que sigo en el ritmo adecuado. Durante toda la carrera la cantidad de público alentando es incesante y al leer tu dorsal gritan tu nombre. Sin imaginármelo acerté en correr con una remera que decía Argentina, ya que durante todo el día el público me hizo sentir especial, un “Puma”, un “Jaguar”, incluso un sorpresivo ¡vamos Argentina carajo! de algún compatriota exiliado.

Luego de pasar uno de los sectores con más público, en donde la adrenalina sube fácilmente, me enfrento con la cuarta y temida colina “Inchanga”. Solo el nombre intimida a la mayoría, si a eso le agregamos que con casi 50 km en las piernas nos toca subir la colina con mayor pendiente, esto se convierte en un obstáculo decisivo. Se dice que quien llega entero a su cima tiene gran parte de la carrera asegurada. Lamentablemente son casi inexistentes los que llegan sin sufrir hasta este punto y yo no soy la excepción. Mantengo firme mi promesa de no caminar, pero el ritmo empieza a costar cada vez más. Comienzan a aparecer los demonios de la duda y el miedo. Como otras tantas veces intento darles pelea. Mientras me cuesta subir cada vez más intento recuperar el tiempo perdido apurando en las bajadas, pero como todo corredor bien sabe, finalmente son los descensos los que terminan de nockear a un corredor. El impacto al bajar es varias veces mayor y a la larga el efecto es devastador, muchos corredores llegan al punto sin retorno de no poder siquiera caminar.

Llegando al km 60 pasamos por “Harrison Flats” y luego “Cato Ridge” que, a pesar de no ser grandes colinas, son de los tramos más duros, el andar se hace más solitario y el termómetro ya marca unos 27 grados. Tras pasar por “Camperdown” llegamos al punto más alto del recorrido a unos 830 metros sobre el nivel del mar, desde donde partimos unos 68 km atrás. Con el cuerpo ya totalmente extenuado comienzan a aparecer calambres en el pecho, el abdomen e incluso el cuello. Desesperadamente todos los corredores nos hidratamos en cada puesto con agua, bebidas energéticas y sobre todo la preciada Coca Cola, gran aliada de los ultrafondistas. Este shock de azúcar sirve apenas para mantenerse en pie. La gran mayoría de atletas paran para recibir masajes exprés gracias a la ayuda de miles de voluntarios. Obviamente no soy la excepción y decido parar una única vez en boxes para tratarme el gemelo izquierdo que tengo contracturado desde el inicio. En menos de 30 segundos continuo con mi calvario. Ya sin energías veo que mi objetivo se escapa y necesito de otro elemento motivador para no caer en un pozo del que difícilmente podría salir. Me propongo no caminar ni un solo metro hasta el final, aunque tuviese que correr mucho más lento.

El desafío era realmente difícil, faltando solo 12 km me enfrentaba a la última y más temida colina “Polly Shortts”. Casi todos los atletas, e incluso algunos profesionales, se ven obligados a caminar en Polly`s. También la historia dice que el primer corredor en llegar su cima termina siendo el ganador, aunque todavía queden unos 8 km hasta la meta. Empiezo a subir corriendo la temida colina ya no con el cuerpo sino con la cabeza. Aunque voy a un ritmo increíblemente lento soy uno de los pocos que no camina y esto me hace avanzar superando a decenas de corredores. Miro el pulsómetro y veo que voy a 170 de pulso, siento que estoy en el instante más agónico de toda mi carrera deportiva, en realidad ya había atravesado mi umbral unos 30 km atrás, ahora estaba sencillamente intentando salir de este infierno, y subir era la única salida.

Cuando el físico ya no responde la única herramienta disponible es la cabeza, y en cuanto esta se rinde el desenlace final es el abandono. Tras una batalla mental contra Polly´s logro, no sé cómo, llegar a su cima. Finalmente había vencido al monstruo y la emoción aplacó al sufrimiento por unos instantes. El último tramo de la carrera con el público alentando y apoyando a cada corredor se hace algo más llevadero, aunque no es momento de relajarse del todo. Corro estos últimos kilómetros mucho más rápido, pero sé que no llegaré a la “Silver”. A esta altura empiezo a agradecerle al público su incondicional apoyo durante toda la jornada y les devuelvo el aplauso. Esto hace que me alienten aún más.

Paso el cartel que anuncia que queda solo un km y me veo participando en una imagen que había visto cientos de veces, gladiadores agónicos luchando para llegar a la meta en el último tramo conocido como “Toyota Mile”. Finalmente, el asfalto desaparece por primera vez y los pies se sientes extraños al pisar el césped. La gente alienta sin parar a ambos lados. Cambio la trayectoria de mis piernas y voy hacia un lateral a tocar las manos del público. Ahora a escasos metros veo el cartel de la meta y la emoción comienza a aflorar. Solo pienso en dejar de correr. Cruzo el arco de llegada y lo primero que necesito hacer es mirar al cielo y decir: esta es para vos viejo. Extenuado y después de 7 horas y 41 minutos apago la luz.

Luego de transitar cada uno su calvario personal los cinco argentinos pudimos festejar en la carpa de atletas internacionales. Éramos todos finishers y dos de nosotros nos recibíamos por fin de camaradas. Con la medalla más pequeña pero más valiosa de nuestro arsenal estábamos todos felices y ya bromeábamos con el “back to back”, una medalla especial para aquellos novatos que completan ambas ediciones Up y Down de forma consecutiva.

Haber participado de la mejor carrera del mundo fue una experiencia increíble, las marcas y medallas probablemente a la larga queden en algún cajón de recuerdos, pero la vivencia que tuvimos los cinco no se borrará jamás.

 

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