EL GOBERNADOR CENTRAL
Por: Scott Jurek
Un mes antes de la Western States 100 del 2006, un amigo y compañero de carreras me preguntó si quería ser su liebre en el evento.
Conocía a Brian Morrison desde hacía un año, más o menos. Habíamos corrido juntos durante el invierno y el verano del 2006, antes de mi viaje a México. Él tenía veintisiete años, era uno de los encargados en la Seattle Running Company. Quiso saber sobre los cañones de la Western States, sobre el calor, sobre el trabajo en colinas que debíamos hacer. Me hizo todo tipo de preguntas y yo se las contesté una a una. No creo en los secretos. No es que sea una especie de sabiduría misteriosa que te permite derrotar a alguien o que esa persona te derrote a ti. Para vencer en los niveles de élite es necesario tener una técnica y estrategia con el fin de poder estar seguro, pero el corazón también ejerce un papel fundamental, y de eso Brian iba sobrado. Tenía empuje y una poderosa ambición. En muchos aspectos me recordaba a mí.
Era extraño estar en la línea de salida y no gritar, no esprintar hacia la cabeza del pelotón. Se me hacía raro seguir el progreso de otros corredores y charlar con los voluntarios que me habían ayudado durante los últimos siete años en los puestos de ayuda, era algo placentero. Pero lo que lo hacía más que placentero era Brian. Le había dicho antes de la carrera que tenía lo que necesitaba para lograr la victoria. Durante casi 90 km estuve atento a su progreso desde diferentes puntos de la carrera – las liebres no pueden competir hasta el kilómetro 100 – y no me estaba decepcionando. Se movía bien, iba en quinto lugar y parecía fresco y relajado. Pero en el km 88 la cosa cambio de color. Ese fue el momento en que Brian comenzó a tener problemas. Estábamos a unos 50°C, lo típico de la Western States, y podía jurar que ese factor le estaba afectando. Se estaba frenando. Tenía la seguridad de que cuando me uniera a él, tendríamos un arduo trabajo por delante. Sabía que tendríamos que aumentar el ritmo. Había estado despierto desde las tres de la mañana y me preocupaba que la falta de sueño me pudiera pasar factura. Yo sabía que podía correr un ultra y ganarlo. Sin embargo, ser responsable del éxito de otra persona me asustaba un poco. No me había preparado para las dudas. Tendría que pensar en ello y buscar una solución antes de dar la primera zancada.
Cuando me uní a Brian, el locutor anunció por megafonía: “¡Scott Jurek va a entrar en la pista!”. Básicamente, yo estaba allí para ayudar a otra persona, pero cuando escuche mi nombre a tal volumen provoco una liberación de adrenalina a mi sangre. Había llegado el momento.
En el km 100, Brian iba en cuarto lugar. Le dije que para cuando hubiéramos pasado por el cruce del rio Rucky Chucky – a 25 km – ya habríamos adelantado a todos. Le dije que en ese momento iríamos en cabeza y que seguiríamos en esa posición hasta que cruzáramos la línea de meta.
Se puso en marcha. Se convirtió en un corredor diferente. No dijo nada, lo que no era de extrañar, dado que los corredores no hablan mucho. Quieren conservar toda su energía para la carrera. Pero yo si hablé. Me convertí en el segundo cerebro de Brian, halagándole, hablándole con suavidad, haciéndole preguntas cuando tenía que hacérselas. En menos de 20 km, ya habíamos pasado a todo el mundo. Cuando llegamos al cruce del rio, él iba gritando y riéndose. Aunque teníamos tanto calor que prácticamente estábamos hirviendo, él iba a tope. Yo hice lo que sabía hacer, que era impulsarle tanto como pudiera, pero asegurándome de que no fuera demasiado. Le hice tumbarse junto a los arroyos mientras yo le echaba agua por encima. Yo sabía lo sobrecalentados que estábamos los dos. Le hacía beber en los puestos de ayuda. Nunca hubo ningún punto en que pensara que él no estaba bebiendo suficiente agua o que estuviera tomando demasiada. En el kilómetros 125, cuando nos giramos para mirar lo que teníamos por detrás, no había nadie detrás. No estábamos corriendo con miedo, pero cuando vas en cabeza quieres enviarles un mensaje a tus competidores: “No os molestéis ni siquiera en intentarlo”.
-Vamos a redoblar esfuerzos – le dije a Brian -. Si seguimos manteniendo el ritmo de 8’00’’ los 1600 m y nos hacemos un 7’30’’ de vez en cuando, esto es pan comido. Llegamos a la autopista 49, a aproximadamente 150 km de la línea de salida, y le dije a la jefa del equipo (y prometida) de Brian, Andrea, que iba a necesitar a alguien mas que tomara el mando. Estaba mal del estómago. Andrea me preguntó si me veía con fuerzas para continuar y seguir con él otros 5 km más hasta llegar al puente No Hands Bridge, a 5 km de la meta. En aquel punto, la victoria de Brian ya estaría prácticamente asegurada y yo podría detenerme allí.
Así que me armé de valor y corrimos otros 5 km, a través del polvo y del aire asfixiante. Brian me comentó que las bajadas eran jodidas, pero yo le respondí que el dolor era apenas algo temporal, por lo que hay que pasar, y aparte de eso, no dijimos mucho más. No había necesidad de hacerlo. A 5 km de la línea de meta, le había empujado todo lo lejos que él necesitaba ser empujado y cuando apareció una nueva liebre, Jason Davis, le dije a Brian que le dejaba en buenas manos, que le vería en Robie Point, a poco más de 1,5 km de la llegada. Le dije que le seguiría hasta su primera victoria en la Western States.
Brian no había visto el pavimento desde hacia un largo tiempo. Había coches y casas y gente celebrando fiestas en sus patios, esperando a que llegaran los primeros corredores. Físicamente, aparentaba estar en buen estado. En mi opinión, ya estaba todo dicho. Todo lo que teníamos hacer era trotar por las calles de la ciudad hasta llegar a la meta. Todo lo que Brian tenía que hacer era llegar hasta allí. Pero cuando habló, supe que no se sentía demasiado seguro. No hacía más que preguntarme “¿a cuánto están?” y se giraba para mirar hacia atrás. Estaba asustado. Yo me eché a reír y le dije que se tranquilizara que no tenía por qué preocuparse. Estábamos corriendo ligeramente cuesta arriba y él seguía dándolo todo por todo. Estaba siguiendo un ritmo de 8’00´´ los 1600 m y le dije que no tenía por qué ir tan rápido, pero que si quería terminar al máximo, también estaba bien.
-¿A cuánto están? – Preguntó de nuevo -. ¿Cómo de lejos? Yo mismo había sufrido alucinaciones al final de alguna que otra carrera, así que hice lo que estaba en mi mano para que Brian no flipara.
Luis Escobar, mi amigo fotógrafo, estaba corriendo con nosotros en ese momento y también Jason Davis. Íbamos apretando en la última bajada, ya podíamos oír al público animando, ya veíamos las luces. Brian gritaba: “¿Dónde está? ¿Dónde está?”. La carrera finaliza en Auburn, en la pista de atletismo del instituto Placerville. Todos le respondíamos, también gritando: “Esta ahí mismo. ¡Lo tienes! ¡Lo tienes!”.
Eran las diez de la noche, doblamos una esquina y cruzamos la pequeña abertura en la verja para entrar en la pista. El público le aclamaba, pero no tanto como Luis, Jason y yo, que seguíamos gritando: “¡Lo conseguiste, Brian! ¡Eres el ganador de la Western States!”.
Tras haber dado unas siete zancadas en la pista, nuestros gritos pasaron de ser “¡Brian, lo has conseguido!” a convertirse en un silencio absoluto. Cuando había recorrido seis metros, a apenas 300 m de la meta, Brian cayó al suelo.
-¿Qué te ocurre, Brian? –le pregunté.
-No me puedo levantar –me respondió.
Yo ya me había percatado de que iba tambaleándose en la última bajada, pero a mí eso me había pasado muchas veces en las carreras. Un ultra es algo brutal.
-Tienes que levantarte, Brian. ¡Tienes que levantarte!
Jason y yo le ayudamos a ponerse de pie, pero no podía caminar. Quizás deberíamos haberle dejado seguir tumbado en la pista. No se podía mantener en pie y ahora estaba balbuceando cosas sin sentido. Nos echamos los brazos de Brian sobre nuestros hombros y caminamos hacia la línea de meta. No acortamos por el campo para llegar al puesto médico. Le llevamos siguiendo la pista. Era puro instinto. Yo estaba en modo supervivencia, cuidando de alguien que estaba realmente mal, pero también era una liebre y un corredor. En modo corredor, quería que Brian lograra lo que él deseaba. Quería ayudarle a cruzar la meta. Y así lo hice.
Le llevamos hasta la meta y allí acudieron los médicos. Uno de ellos le preguntó si sabía quién había ganado la carrera.
-Scott Jurek –dijo él.
-No –replicó el médico, esbozando una sonrisa -, tú la has ganado. Tú has ganado la carrera. En apenas 15 minutos ya estaba montando en una ambulancia. Y mientras se lo estaban llevando, yo estaba allí con él, me miró y me dijo:
-Scott, lo he conseguido. He ganado la Western States.
Al día siguiente, fui a pie al hospital de Auburn. Cuando entré en la habitación de Brian, él habló primero.
-Ey, Scott. Parece que no voy a poder estar listo para la ceremonia de entrega de premios. Me gustaría que lo aceptaras tú en mi nombre.
No me anduve con rodeos. Le dije que me había pasado toda la noche en la pista y que los miembros del tribunal habían armado un buen jaleo diciendo que su llegada a la meta no fue legal y que, por lo tanto, le habían descalificado. Le habían otorgado el primer premio a un corredor llamado Graham Cooper, que terminó 12 minutos después de él. Fue una de las cosas más duras que he tenido que hacer en mi vida.
Video de la dramatica llegada de Brian en la Western States del 2006
La gente aún me sigue preguntando qué le ocurrió a Brian. La respuesta breve es que no lo sé. La respuesta larga es que pudieron pasarle varias cosas. No creo que fuera un tema médico, al menos no del modo tradicional. Creo que Brian se frenó porque su cerebro vio la línea de meta y le dijo a su cuerpo: “Ey, tío, ya está, lo conseguiste, ya puedes descansar”. Y su cuerpo se desconectó. Por muy fuertes que sean nuestras piernas, por magníficos que sean nuestros pulmones, nuestros brazos y nuestros músculos, nada es más importante que la mente.
En el libro Lore of running, del Dr. Tim Noakes, el autor promueve una teoría alternativa sobre como soporta nuestro cuerpo el ejercicio. Él cree que existe una especie de gobernador central en el cerebro que se encarga de evaluar la tarea atlética y determina cuántas fibras musculares deben usarse para ejecutarla. En el caso de una carrera, el cerebro analiza lo lejos que esta la línea de meta y compara el dato con las carreras de entrenamiento realizadas y establece un ritmo que, accidentes aparte, el cuerpo podrá mantener sin sufrir lesión alguna. Si el esfuerzo es demasiado, el cerebro incrementa la sensación de cansancio y dolor, intentando engañarte para que te frenes. Una vez que comprendes todo esto, puedes re-programarte para ir mucho más rápido. Noakes nos enseña a dejar de dar credibilidad a los pensamientos negativos, relacionados solo con lo cerca que estamos de la meta.
La teoría del gobernador central es controvertida, pero cuadra con mi experiencia del deporte. Siempre he corrido mejor de lo que debería haberlo hecho, teniendo en cuenta mis aptitudes físicas y mis tiempos en el maratón. Siempre he dicho que un ultra es un juego mental; por lo tanto, no creo que fuera necesariamente un accidente lo que hizo que Brian se detuviera de una manera tan radical. Creo que es posible que el gobernador central de Brian, bajo tamaño estrés fisiológico, alcanzara a visualizar la meta, pensara que la carrera había acabado y tirara del enchufe. En el contexto de una carrera de 160 km, una vuelta a la pista de atletismo de un instituto no parece gran cosa, pero una vez que el cerebro de Brian había tomado aquella decisión, la meta se alejó hasta lo imposible.
El colapso de Brian fue dramático y, desde el punto de vista médico, hace reflexionar. Pero el cómo terminó Brian no era lo que le definía. Derrumbarse a 300 metros de la gloria le hizo pasar a los anales de la historia de la Western States 100, pero no le definía.
Brian dio todo lo que tenía en el ultra. Era un campeón. Aquel año, para mí y para otros muchos, él fue el vencedor.
Este relato es parte del gran libro de Scott Jurek – «Correr, comer, vivir»
Scott Jurek, fue, es y será uno de los mejores ultramaratonistas del mundo, ganó siete años consecutivos la Western States (al dia de hoy sigue siendo un récord!), tuvo, también, durante años los records de muchas de las carreras mas importantes de la USA como la Badwater135, Hardrock100 y la Western States100, en el Spartathon griego tuvo hasta hace pocos años los mejores tiempos de la carrera, por debajo de Kiannis Kouros, claro está! Ganó infinidad de carreras en distintas distancias y obtuvo el récord americano de 24hs con 266.7km. Pero sin dudas su mejor aporte es su forma de ver el ultramaraton y su visión de como se debería vivir la vida.
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